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‘Ardió el sol en mis manos
“Solemos decir: tengo cuarenta, cincuenta, sesenta años. He vivido, por tanto, tantos miles de días, tantos millones de horas. Pero si alguien examinase una por una, ¿a cuántas quedarían reducidas? Tal vez nos sentiríamos felices si hubiéramos vivido una de cada diez. Lo demás es sueño, siesta, horas pasadas en Babia. ¡Y luego se queja el hombre de que la vida es corta: y somos nosotros los que cloroformizamos nueve de diez partes! ¿Qué sería, en cambio, una humanidad en la que todos sus miembros aprovechasen al ciento por ciento sus energías, una humanidad de seres creadores, despiertos, amantes? (Recuerde el alma dormida…), nos exhortaba el poeta, porque (la muerte se viene tan callando). Pero no es lo preocupante que venga la muerte, sino que sea la vida la que se marcha (tan callando). Tan callando, mientras nosotros dormitamos a la orilla del milagro.”
Estas palabras de Martín Descalzo calan hondo, porque son verdad, ya que es común pasar la vida sin sabernos despiertos, sin comprender su propósito y objetivo esencial, sin respirar la existencia, sin sentirnos conectados con los demás, con la naturaleza, con Dios; sin haber tomado la firme resolución de volvernos hacia la felicidad y, a partir de esto, establecer prioridades y razones de vida.
Para que la vida sea valiosa, significativa y pacífica hay que llenarla de razones valiosas, desarrollando cualidades buenas, actitudes positivas, emprendiendo los quehaceres apasionadamente, haciendo el mejor uso posible de cada minuto.
A toda prueba
¿Podríamos imaginar a una persona que haya obtenido más de 750 medallas de oro y haya roto innumerables marcas mundiales en diversas disciplinas deportivas? Suena increíble, pero más inverosímil sería si les dijera que esta persona empezó a competir a los 77 años y no paró hasta el mes junio de 2014, cuando falleció a los 95 años.
Los doctores le habían recomendado que caminara a ritmo ligero, pero su indomable espíritu quería más, bastante más; de hecho, cuando alcanzó los 90 años ya no encontró a otras personas de esa edad para competir en la mayoría de las disciplinas lo cual puso en aprietos a los organizadores de eventos para personas de la “tercera edad”.
Indudablemente, Olga Kotelko, de origen canadiense, paradójicamente de apariencia débil y menuda (1.52 metros de estatura y 57 kilos), fue una mujer fuerte, totalmente fuera de serie, una joven mujer de 95 años, que compitió exitosamente en 11 pruebas, en muy diversos torneos alrededor del mundo; fue una mujer que solía decir “la edad es sólo un número. Lo más importante es tu actitud hacia las cosas que te pasan”.
Olga fue también ejemplo de diversidad en los deportes, pues ella “podía correr, saltar, lanzar… Así arrasó en categorías atléticas tan dispares como los 100 y 200 metros lisos, salto de altura y longitud o lanzamiento de martillo y jabalina. Y en todas ganaba. Cientos de medallas y 26 récords —gran parte de ellos entre los 90 y 95 años— cuantifican su éxito en el deporte”.
Olga decidió ser una persona productiva, optimista, orgullosa de sí misma y de las posibilidades y descubrimientos que le permitían su edad. Ella dejo, a propios y extraños, uno de los mayores legados que se pueden heredar: el ejemplo de la pasión por hacer de la vida lo que se desea, la decisión de jamás jubilarse en la productividad de los personales anhelos.
En las puertas del asilo
Recuerdo haber leído la historia de una mujer llamada Pepita que, a sus 90 años, entraba a un asilo con una actitud envidiable: La mujer caminaba con la ayuda de un andador, cuando llegó al cuarto que se le había asignado el asilo, una enfermera le empezó a explicar los pormenores de su habitación.
Sin darle más importancia a las palabras de la enfermera, sencillamente Pepita le dijo con entusiasmo “me encanta”. “Sra. Pepita, pero usted aún no ha visto el cuarto… Espere a verlo, comentó la enfermera”. “Eso no tiene nada que ver” –contestó la anciana.
“La felicidad y saber estar cómoda -continuo Pepita - es algo que uno decide con anticipación. El hecho de que me guste mi cuarto o no me guste, no depende de cómo esté arreglado el lugar, depende de cómo yo arregle mi mente. Yo ya había decidido de antemano que me encantaría.Es una decisión que tomo cada mañana al levantarme.Estas son mis posibilidades: puedo pasarme el día en cama enumerando las dificultades que tengo con las partes de mi cuerpo que ya no funcionan, o puedo levantarme de la cama y agradecer por las que si funcionan.
Cada día es un regalo, y por el tiempo que mis ojos se abran me enfocaré en el nuevo día y en las memorias felices que he guardado en mi mente… Sólo por este momento en mi vida. La vejez es como una cuenta bancaria… Uno extrae de lo que previamente había depositado en ella”.
Si sabemos…
Es ciertísimo, ya lo dijo Tagore “si lloramos por la puesta del sol, las lágrimas nos impedirán ver las estrellas”. Y existen esas estrellas, esas abundantes maravillas que a veces no logramos descubrir por estar distraídos, por estar mirando para abajo, solo a la tierra, lo inmediato. Lo tangible.
El pensamiento precede a la actitud y es ésta la que hace la gran diferencia en la vida. Hay formas de ser, de actuar, que permiten crear motivos para la felicidad. Solo estamos en esta vida un lapso de tiempo brevísimo, es una elección personal comprender que casi todo es posible alcanzar, incluso la felicidad, si la entendemos como una conquista cotidiana no como un don, si sabemos encontrar el significado y propósito de nuestra individual existencia, si entendemos que “la primera manifestación de la vejez es cuando se ha perdido la capacidad de sorprendernos”.
El gozo de vivir
Efectivamente estamos convocados para la alegría, independientemente de la edad que tengamos, entendiendo que abundan infinidad de realidades y experiencias para regocijarnos, como lo cantaba Facundo Cabral “hay tantas cosas para gozar y nuestro paso por la tierra es tan corto, que sufrir es una pérdida de tiempo. Tenemos para gozar la nieve del invierno y las flores de la primavera, el chocolate de la Perusa, la baguette francesa, los tacos mexicanos, el vino chileno, los mares y los ríos, el fútbol de los brasileños, Las Mil y Una Noches, la Divina Comedia, el Quijote, el Pedro Páramo, los boleros de Manzanero y las poesías de Whitman; la música de Mahler, Mozart, Chopin, Beethoven; las pinturas de Caravaggio, Rembrandt, Velázquez, Picasso y Tamayo, entre tantas maravillas”.
Es mucho decir…
Ciertamente “Dios no prometió días sin dolor, risa sin tristeza, sol sin lluvia, pero él sí prometió fuerzas para cada día, consuelo para las lágrimas, y luz para el camino” por ello “cuando la vida te presente mil razones para llorar, demuéstrale que tienes mil y una razones por las cuales sonreír”, tal como lo hizo infinidad de veces la jovencísima Olga Kotelko, tal como la entusiasmada Pepita percibió el cuarto del asilo sin haberlo conocido. Estas mujeres estaban llenas de luz, porque iban por la vida sembrándola, cultivándola, recogiéndola, espaciándola.
Cada día, independientemente, de nuestra edad, de nuestra biografía, deberíamos honrar la existencia con nuestra propia felicidad, dejando rastro de ella, derrochando luz, creando días luminosos, andando con el alma rebosante, despierta, radiante.
Cada día sería bueno vivir los versos que el poeta cubano Nicolás Guillén elevo al cielo: “Ardió el sol en mis manos, que es mucho decir; ardió el sol en mis manos y lo repartí, que es mucho decir”, entonces nos daríamos cuenta que estamos vivos de verdad, que estamos radiantes y felices, dispuestos a sentir y compartir el calor de sol.
¡Qué inmenso milagro sería llegar al ocaso de la existencia precisamente “con el alma encendida”!
cgutierrez@itesm.mx
Tec de Monterrey Campus Saltillo
Programa Emprendedor