Hasta pronto, don Germán

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Hasta pronto, don Germán

Su mente e inteligencia estaban intactas, no así su armadura, su cuerpo, el cual no daba para más. Don Germán Froto y Madariaga mantenía su visión perfecta, pero el colapso de su cuerpo le ganó la partida hace apenas días. 
La liviandad de sus huesos a últimas fechas, presagiaban un final terreno. Así fue. De hecho, todos vamos a morir, el problema es no acostumbrarnos a ello. A eso llamado muerte.

Días como truenos. Atado a una cama de hospital, el magistrado Froto jamás se rindió. Hombres de su estatura y carácter no son un fruto fácil de pelar. Luchó hasta el último día de su vida y lo hizo con el mejor talante posible: ojos vivos, inteligencia sana y fresca y claro, acompañado siempre de la mano de Claudia, su esposa. 

¿Cómo afirmo, escribo y lo sé? Porque días, sólo días antes de su partida, fui a verle al hospital y pasé casi un día completo con él; acompañándole, platicando, viendo televisión y compartiendo el posible resultado del Superbowl 50. Viejo lobo del futbol americano, don Germán lo sabía: ganaría Denver y su defensiva. El día que fui a verle al Sanatorio Español de Torreón, fue un buen día. 

Su enfermera de cabecera me dejó estar solo con él toda la mañana. Su esposa, Claudia, acababa de salir a realizar pendientes y pago de servicios de una vida que al día de hoy, sigue. 

Ese día fue un buen día. Un jarrón con flores frescas, regalos y letreros de felicitación por su cumpleaños días atrás, daban cuenta del cariño de todo mundo hacia el maestro. Don Germán me saludó galante. 

Acababa de desayunar frugalmente. Insisto, su armadura ya con huellas perceptibles de la batalla de la vida, ya no daba para más. Comentamos de los dos cambios y entrada en materia, de las féminas como magistradas: doña Miriam Cárdenas Cantú y Alma Leticia Gómez López. Con voz apenas audible, Froto y Madariaga me espetó de su beneplácito al respecto. 

No obstante que iba con cierta regularidad a verlo, esta última ocasión su salud quebrantada no presagiaba atisbo de recuperación alguna. Hablamos de todo y de nada. Actualizamos información y como siempre, me preguntó y envió parabienes al chef de sabor huracanado, Juan Ramón Cárdenas, miembro original de la mesa de tertulia en “Don Artemio”. La llama de su vela, no obstante y para desgracia de nosotros, ya era poca. Comí con él, viajé con él, bebí y brindé con él; nos regalamos libros y estilográficas para escribir mejor. 

El maestro desde su tribuna en “El Siglo de Torreón”, escribía mejor que yo. 

Esquina-bajan
Dios nos asigna a nuestros hermanos de sangre. La vida y nosotros elegimos la oportunidad de seleccionar a nuestros hermanos de ruta para enalbardar caballo, tomar lanza y escudo y acometer batallas juntos hasta el final.

Este fue el caso de don Germán. Mi hermano Armando Sánchez me acercó la mano fraterna y cálida de Froto y Madariaga. El magistrado me avecinó la mano limpia y generosa de tres caballeros a la usanza antigua: el sacerdote Jorge Silva, el magistrado Francisco Gómez y Gómez y la del político Carlos Juaristi. Con los tres me une ya una amistad acerada y eterna. 

Todos traemos un fierro de herrero tatuado en el corazón: la búsqueda y puesta en práctica de la libertad, en cualquiera de sus aristas. 

Días antes de la partida del maestro Froto y Madariaga, estuve casi todo un día con él. Fue un buen día para mí. Aproveché la coyuntura de otro amigo y compañero de viaje, el licenciado Jorge L. Chávez, quien iría a firmar documentos y atender asuntos legales de su cartera de clientes en Torreón. 

Me uní a su comitiva y gentilhombre, me dejó a primera hora en el Hospital Español. Él mismo entró minutos a saludar y presentar parabienes al maestro Froto. El Magistrado saludó a Chávez con deferencia y calidez. Ese día fue un buen día para mí, estuve casi todo el tiempo con el maestro.

Inteligencia intacta, ojos vivos, aunque el fulgor de su vela ya era exiguo. El desenlace entonces, era inevitable. Su armadura ya pedía descanso. Las huellas de las cruzadas en su cuerpo eran visibles. Dos, tres ocasiones le arropé con su frazada al deslizarse ésta con el movimiento de las manos del Magistrado. Llega la muerte y caray, uno no se acostumbra a ello. Y sí, duele, hoy duele mucho en el lado izquierdo del cuerpo, el lado “moridor”, como le llamó José Revueltas. La muerte del profesor duele en esa parcela llamada corazón. 

Letras minúsculas
Maestro, don Germán, y hasta que nos volvamos a encontrar, “que Dios lo guarde suavemente en la palma de su mano”. Así sea, sabio maestro. Así sea…