Es cierto que vivir en esta esfera rodante y circulante  es riesgo.

Hay una incandescencia central que tiene sus válvulas en los volcanes y produce estremecimientos periódicos devastadores.

Hay océanos amenazantes, alimentados por los hielos polares derretidos, que amenazan con invadir costas y devorar litorales. Se ven pasar los grandes meteoritos que hacen impacto en Júpiter. Algunos ya dejaron su huella aquí por impactos,  en tiempos pasados, con mortandad de dinosaurios.

Las contaminaciones se han acentuado hasta niveles altos de toxicidad en el aire casi irrespirable. Escasea el agua potable y alarman las epidemias intermitentes y esporádicas. La vida humana se vuelve vulnerable. Se disminuyen sus defensas. No sólo por imunodeficiencias adquiridas  sino por amenazas externas desastrosas.

Vivir  además, para los humanos, tiene un peligro adicional causado por la falta de respeto a la vida propia y a la ajena. No sólo por suicidios de depresión adolescente sino también por el homicidio. Ya no sólo el de venganza y el bélico sino el que resulta de morir matando. El suicidio homicida dirigido a la muerte propia y  de inocentes, en una multitud, por un hombre o mujer que estalla por un cinturón de explosivos, se practica como “hazaña virtuosa contra infieles”.

Se falta el respeto a la Tierra, haciéndola menos habitable, a la vida humana haciéndola más vulnerable. A esto se suma la economía deshumanizada e insolidaria.  Concentra satisfactores  en minorías y  despoja mayorías progresivamente.

Es la economía deshumanizada por voracidad.  Descarta y excluye, como tumor. Rechaza el bien común orgánico y crece enfermando. 

Ecología, ética y economía se convierten en recursos subvertidos, en armas que lanzan el tiro por la culata, en pedradas al sol que caen en la cara. Destruir, matar y ganar son pésimos verbos que desplazan al cuidar, respetar y distribuir. La creación cuidada, la moral respetada  y la justicia practicada harían una tierra sana y segura para una humanidad feliz…