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¿Fin del mundo?
Se dará. La ciencia lo sabe. Lo cree la fe por clara profecía.
Es como la muerte. Nadie sabe cuándo. Los pronósticos fallan. Las predicciones resultan inexactas. Algunos dicen que será el impacto de un meteorito. Lo dicen porque ya sucedió y mató a los dinosaurios. Otros, como Harold Camping (que ya lleva una falla anterior de calendario) se metieron -con libre examen- a escudriñar los textos bíblicos y llegaron a interpretaciones apocalípticas. Y viene la tentación de señalar fechas precisas. Ya se aventuraron los mayas apuntando al ya transcurrido año 2012. La audacia pseudo exegética de Harold se atrevió a decir que ya. Es hoy a las 6 de la tarde, decía. Predijo un sismo devastador.
Para paliar la temeraria afirmación (por si nada pasara) habla de un proceso de destrucción que duraría hasta octubre. El susto de muchos puede continuar así varios meses porque no faltarán noticias catastróficas motivadas por los altibajos climáticos.
Si se da una coincidencia de algún temblor alto en la escala de Richter, en cualquier lugar del planeta, el arúspice bíblico que navegó sin brújula por las páginas de la revelación, podrá decir, con amplia sonrisa: “se los dije” .
Lo presentará entonces como el principio del fin.
El asedio humano al planeta es de tal magnitud que muchos sistemas ecológicos están totalmente deshechos. Aquellas conferencias de “verdad incómoda”, no políticas (?) de Al Gore, denunciadoras de la contaminación, fueron impactantes hasta que un diario español publicó una noticia de gran titular :“Al Gore posee una mina de zinc en una cuenca que emitió 1.8 millones de kilos de vertidos tóxicos entre 1998 y 2003”.
Parece que el mundo ciertamente se acabará de acabar en alguna fecha que nadie sabe. Lo único cierto es que ya llevamos algún tiempo acabándonoslo. Quizá el predicador de Oakland sabía que no decía nada nuevo. De hecho cualquier fecha próxima puede ser señalada como el principio del fin. No por un terremoto que no sabemos si coincida sino porque, en cualquier día, la humanidad continúa acabándose el mundo.
Háblese mejor de “agonía del mundo” y así, sin fijar fecha, se estará hablando no de un día ni de un semestre sino de un proceso en que la inteligencia tecnológica, sin amor a la vida, construye, con soberbia y avaricia, la alta torre de su falso progreso sólo para precipitarse al vacío. La verdad, hecha vida en amor, encuentra el camino... para trascender en una vida renovada, plena e inacabable, más allá del tiempo...