¡‘Jaire Kejaritomenel’!

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¡‘Jaire Kejaritomenel’!

Este año sucedió algo excepcional.

Se dio una coincidencia del viernes de la Crucifixión con la fiesta de la Anunciación del ángel a María. Le anuncia que va a concebir un hijo, que lo dará a luz y deberá darle el nombre de Jesús. Fue este 25 de marzo. No sucedía esta coincidencia desde el año 2005.

Y el saludo del ángel a María fue “¡Jaire Kejaritomene!”. La primera palabra es un saludo usual. Significa: ¡“alégrate”! La segunda palabra es única en la Sagrada Escritura. No se repite. Significa “Llena”, “plena de gracia”. Sin sombra alguna.

Tiene un matiz de permanencia, de plenitud, sin límite de tiempo.

Cuando de Esteban, el primer mártir, se dice que estaba lleno de gracia no se usa “kejaritomene” sino “pleres jaris” que no tiene esa connotación de permanencia intemporal. Aquella la dice el ángel como un nombre, como un título de quien recibirá su mensaje.

La solemnidad de la anunciación se ha festejado este año el pasado lunes 4 de abril. Y lo que llama la atención es la respuesta que dio esa maravillosa muchacha virgen de Nazareth a la noticia que le daban: “Hágase en mí según tu palabra”, o “cúmplase en mí lo que has dicho”. “Fiat” es ese “hágase” traducido al latín, en la Biblia vulgata latina. Una sola sílaba, pronunciada por una mujer de Israel con la que aceptaba participar -con su maternidad- en el plan divino.

En ese instante sucedió la encarnación del Verbo, de la Palabra creadora, del Hijo del Padre creador, sin intervención de varón, solo por obra del Espíritu. La persona divina empieza a recibir de su madre todo lo humano en esa gestación que culminaría en el nacimiento, en Belén de Judá.

Ella dijo en su cántico: “Me llamarán dichosa todas la generaciones”. El saludo de alegría se ha ido repitiendo de generación en generación llamándola con ese nombre celestial: “llena de gracia”. En nuestro tiempo es un clamor de plegaria que se eleva como un fragante incienso. 

El avemaría contiene seis alabanzas y no pide nada. Solo ruega que ella haga lo mismo que en Caná (“no tienen vino”): interceder ante su hijo. Será ella la que pida. Es la plegaria más universal porque es por las necesidades de mortales y pecadores. Así no excluye a nadie. El avemaría es de hoy y para hoy. Es la oración de la madre “ahora”, en cada momento presente y en el momento pascual del encuentro, con el mismo saludo: ¡alégrate, María, llena de gracia!… ¡llena de gloria!...