Mirador 09/04/16

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Mirador 09/04/16

El fabulista iba por el camino. Llevaba consigo las páginas del libro que había escrito y que entregaría a su editorial.

Pensaba  que con las regalías de su obra se compraría gallinas y vacas que le darían pollos y terneras que luego se convertirían en más gallinas y más vacas. Las vendería entonces; se compraría una casa y encontraría mujer.

En eso sopló con fuerza el viento y le arrancó de las manos las páginas del libro. El escritor se angustió, pero llegó una lechera que iba con su cántaro al mercado y lo ayudó a recoger las hojas que el viento había dispersado, y a ponerlas en orden. Así, el autor pudo llevar su libro a la editorial.

La ingratitud humana, sin embargo, es infinita. El fabulista no escribió ninguna fábula sobre esto. Él veía nada más lo malo; jamás se detenía a apreciar lo mucho bueno que la gente hace.

De este relato derivo yo una moraleja. Hay que tener cuidado con los moralistas: a veces son muy inmorales.

¡Hasta mañana!...