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La Cargada

‘La cargada’ no es algo pero tampoco es alguien, sino la suma de ambas cosas. Es el carnaval de adulación en torno al delfín en campaña"

“Los que andan en La Cargada 
son genios de la alabanza 
la prodigan sin medida 
a quien les llene la panza”.
Óscar Chávez

El folclor político nacional se describe a través de un nutrido glosario de pintorescas definiciones que, si bien tienen un dejo cómico, no dejan de ser alusivas a fenómenos más bien trágicos.
Pertenece a este vocabulario el terminajo “cargada” o mejor dicho, “la cargada”.

Cuando un candidato contiende con la venia del mandamás supremo, y gracias a dicha anuencia se perfila desde mucho antes de los comicios como virtual ganador de la elección, todo el apoyo y la devoción que recibe, así como el activo humano que sobre él se vuelca, se denomina “la cargada”.

La cargada no es algo, pero tampoco es alguien, sino la suma de ambas cosas. Es, digamos, el carnaval de zalamería y adulación que hace barullo en torno al delfín durante esa campaña que no es sino mero trámite, pues está anticipadamente definida por fuerzas que le rebasan a él y, por supuesto, a la voluntad popular.

La cargada es el séquito que acompaña al aspirante desde que se anuncia su candidatura desde su “destape” (otro término para disertar después), es la porra acarreada y es la prensa que le persigue como si fuera una mezcla de Brangelina, el Campeón Mundial de los Pesos Pesados y el primer hombre en orbitar Júpiter.

La cargada es cómica porque es ruidosa, torpe, carente de coordinación y fingida. Me hace pensar en La Hojarasca “garcía-marqueciana”: “Era una hojarasca revuelta, alborotada, formada por los desperdicios humanos y materiales de los otros pueblos… La hojarasca era implacable. Todo lo contaminaba de su revuelto olor multitudinario, olor de secreción a flor de piel y de recóndita muerte…”.

Cuantos conforman la cargada están obviamente al servicio de la campaña (como si en verdad hiciera falta, como si se les viniera encima una real contienda electoral), pero es importante que el candidato note su presencia. Y es que es un valor entendido -y el acuerdo tácito con el monarca en ciernes- que una vez coronado ha de conceder a los de su cargada algunas tierras, un título nobiliario, una secretaría, una embajada, un modesto huesito o aunque sea un contrato como proveedor.

Es por eso que todos en campaña hablan tan fuerte, casi a gritos, para que parezca que hacen un chingo aunque no estén haciendo nada, porque en realidad no hace falta que nadie haga nada en absoluto. Con tal de que no se muera el candidato, su entronización es inminente.

Este es el esquema impuesto por el priato desde los relevos en la Presidencia de la República, pero se replica en todas las demás elecciones de menor envergadura en las que el Tricolor tenga influencia nefasta.

Es penoso (tragicómico) que nuestro devenir político esté marcado por fenómenos francamente ridículos, pero más penoso aun si este corrupto modelo se da desde la vida universitaria.

En la institución de las tres mentiras, la UAdeC (ya que ni es universidad, ni es autónoma, ni es de Coahuila, sino una oficina más del gobernador en turno), política, elecciones y sucesión se cocinan con la vieja receta del Revolucionario Institucional: El candidato se palomea (se aprueba) desde la oficina del Ejecutivo, contiende sin oposición mientras que todos los del gremio universitario cierran filas en torno a este favorecido por el dedazo.

Transita por la pista de los cien metros flanqueado por los aplausos de… exacto, “la cargada”.

 Y al día de hoy no es la excepción: Hace unos meses, en diferentes eventos, el gobernador Rubén Moreira, apuntaló al actual Rector con licencia y candidato a un nuevo periodo, Blas Flores, como su único gallo para seguir al frente de la UAdeC.

“Tenemos Rector para otros tres años”, dijo el Góber en evento a puerta cerrada, y como si con estas palabras hubiera pronunciado un antiguo conjuro mágico, la cargada se formó en automático y cobró vida propia.

Algunas semanas después, el candidato único, don Blasito, anunciaba su postulación para el segundo periodo entre la atronadora ovación de una cargada que, estando formada por funcionarios timoratos y burócratas pusilánimes, temerosos de perder sus privilegios, de ser expulsados de su zona de confort o de perder su ofensivo megasueldazo, vale, no lo justifico pero al menos lo entiendo.

Pero que en esa misma cargada vayan mezclados estudiantes, chamacos que deberían estar cuestionándolo todo, increpando a la autoridad, haciendo activismo y mostrarse inconformes con una candidatura única y, en cambio acudan devotamente para hacerle el caldo gordo a nuestro gobierno ominoso, así como para abrevar de su peores prácticas, eso sí me hace perder el ánimo por completo y terminar de repudiar a la universidad por la que se supone debería experimentar orgullo o algo parecido.

Concluiremos el jueves, cuando se consume esta farsa político-universitaria debidamente coreografiada por su ridícula cargada.

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