Mirador 05/05/16

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Mirador 05/05/16

San Virila salió de su convento a la hora de maitines. Debía caminar mucho para ir al pueblo a pedir el pan de sus pobres.

Cuando llegó a la aldea vio a una muchachita que lloraba desconsoladamente. Su madre había comprado una gallina en el mercado, y se la dio a cuidar. La niña era pequeña, y la gallina grande. Se le escapó de los brazos y fue a caer en el estanque. Ahí se ahogó. Gemía la criatura: su mamá la iba a castigar.

San Virila no soportaba ver llorar a un niño, y menos a una niña. Hizo un movimiento de su mano y la gallina revivió. Nadando como pato regresó a la orilla y fue a acogerse a los brazos de la pequeña.

Al día siguiente la niña fue a llevarle a San Virila el huevo que la gallina había puesto esa mañana. El frailecito lo tomó y lo mostró a sus hermanos. Aquel objeto tan prosaico, tan de todos los días, era un prodigio de diseño, de exacta geometría, de acabalada perfección.

–Éste sí es un milagro –dijo San Virila–. Lo que hago yo son trucos.

¡Hasta mañana!....