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Mirador 09/05/2016
Estoy muy triste. Se secó el árbol que daba su sombra y su belleza en la huerta llamada Los Sirrales.
Era un álamo estrella ese árbol, así dicho porque sus hojas parecen estrellas por la forma y el color plateado de su envés. Yo lo miraba con igual mirada con que vi por primera vez la catedral de Notre Dame, y pensaba que bajo su fronda soñaría el sueño en que no se sueña ya.
¿Por qué murió ese árbol que ponía en el paisaje tanta vida? Unos dicen que fue ocultamente roído por gusanos; otros juzgan que sus raíces llegaron a un manto de aguas sulfurosas. Don Abundio declara que el álamo murió de su muerte, es decir de viejo, por la edad.
Yo no sé qué pensar. Mejor no pienso. Me siento culpable de la muerte de este árbol que se fue y sigue estando ahí. En su desnuda ramazón creo ver un reproche silencioso. ¿Cómo es posible que haya dejado yo morir una catedral?
Me preguntan:
—¿Lo cortamos?
Y respondo:
—No sé.
Es la verdad. No sé.
¡Hasta mañana!...