Autoregalo del día de las madres

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Autoregalo del día de las madres

Foto: Especial

Este día me regalo luchar más claramente por la libertad de expresión; me regalo el no transferir la responsabilidad de cuestionar, ni de empujar cambios necesarios, a mi hija. Me regalo borrar de mis labios que la revolución la hacen los jóvenes (porque sería fácil, porque ya estoy lejos de esa edad, porque tengo trabajo y porque soy feliz).

La erosión social, el desmantelamiento de derechos humanos que generamos nuestra generación y las 
anteriores, es la herencia terrible que muchos buscan luego, sea modificada por los más lozanos.

Algún compañero de generación dijo que él ya había hecho lo suficiente, que ahora les tocaba a los jóvenes. ¿Qué es lo suficiente? ¿Podemos nosotras, como madres, levantar el rostro, ver a nuestros hijos y decirles que hemos hecho lo suficiente? Son nuestras acciones y arropo lo que los protegerá luego de la desproporcionada aplicación de la fuerza de la ley en contra de la mayoría, para beneficio de unos cuantos. 

No pidamos que ellos resuelvan lo que nosotros no tenemos el coraje. No pidamos como madres seguir trabajando en cargos públicos o privados, buscando servirnos a nosotras mismas y vender al resto por un viaje, un bono, una plaza mal habida o una modificación de nuestro status laboral. No seamos madres de nidos con hijos criados aprobando el robo y la corrupción, mientras les arreglamos trajes o vestidos para que vayan a ejercer la impunidad.

Hay adultos que están convencidos y piden que sean los jóvenes quienes agiten la bandera de los cambios, sin embargo, la independencia económica lograda a partir del salario ganado por nuestro esfuerzo, sería lo que nos debería de dar la seguridad para actuar. Sí, nos avala la autoridad que da el trabajo devengado (a menos que realmente se sea una aviadora, se acuda a calentar el lugar de trabajo mientras llega la pensión, o se esté en el empleo porque es conocida de alguien más, y no se haga absolutamente nada).

En este día me regalo recordar el nacimiento del ejercicio literario en mí: el primer empleo en Vanguardia Monclova, hace casi 25 años. Sí, me obsequio no olvidar por la comodidad, la indolencia o el miedo, que con Andrea en mi vientre, fui a cubrir para la sección de locales, una marcha de ciudadanos que en pleno desierto, iban en caravana de Monclova a Saltillo, para protestar por el despojo de sus propiedades. Me regalo recordar que contra un doloroso pleito incluso familiar, cubrí una nota que dejaba claro cómo se hizo una ceremonia de entrega de féretros usados para regalarlos a una asociación de pensionados del seguro social, una agrupación que buscaba iniciar una funeraria como negocio para solventar gastos en una iniciativa que más parecía una oscura broma o un pase macabro y directo, de los cuerpos de los mismos pensionados, hacia la muerte.

Me regalo recordar cómo Andrea intentaba dar sus primeros pasos conmigo, en instantes que intercalaba con la preparación de la comida diaria y la escritura de poemas; las dos en una tranquila soledad matinal hasta que la figura de su tío Javier, la hizo andar ya sin ayuda, para correr a su abrazo. Me regalo reconocer el acompañamiento de un hombre que fue sensible a las preguntas de mi hija, durante algunos años de su crianza. Sí, me regalo aceptar que las madres lo somos con ayuda de otros, que crecemos con otros, sean familiares o no, aún y cuando hayan sido borrados o los hayamos borrado del álbum familiar.

Este día me obsequio recordar que estar a favor de la existencia de un medio de comunicación como Vanguardia en nuestra ciudad, es decir que es indispensable uno de los componentes básicos de la democracia: la libertad de expresión, una “libertad” que cada vez se cerca más y más.
Hoy me regalo tomar parte, que es la única forma de ayudar a proteger los derechos de todo aquello a lo que supuestamente una madre,  da vida. claudiadesierto@gmail.com