Enajenante y denigrante

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Enajenante y denigrante

La escena es bien conocida. Charles Chaplin, en la línea de producción de una fábrica trabajando, junto a otros obreros, sin descanso y apurados constantemente por el capataz, al cual, por otro lado, se le ordena aumentar la velocidad de la banda donde aquellos ajustan tornillos. En un momento en que desea ir al baño, ha de retirar su tarjeta que le marca el tiempo de entrada y salida, para, suponemos, no se le paguen los minutos transcurridos en el baño. Apenas enciende un cigarro y en una pantalla aparece el dueño de la fábrica que lo apura a volver al trabajo. Cuando al fin llega la hora de la comida, Chaplin involuntariamente repite sin cesar los movimientos que ejecuta frente a la banda. Por su incapacidad de sostener el plato que casi aplasta de un compañero, se queda sin su propio almuerzo. En esos momentos, arriba el jefe de la fábrica, al que le han propuesto una máquina para eficientar la jornada laboral de los trabajadores. Una máquina que los podrá alimentar mientras trabajan. Con su libre albedrío, la máquina no logra su cometido y se ensaña con el pobre Chaplin, terminando todo aquello en desastre tal que el dueño de la fábrica se niega a adquirirla.

“Tiempos modernos”. Se veían venir. Hoy, situación igual la constituyen las condiciones infrahumanas a que son sometidos muchos trabajadores en la actualidad.

En China, la exigencia laboral, aunada a la potencialmente ingente mano de obra, obliga a sus habitantes a aceptar las condiciones que les exijan, las cuales implican dormir dentro de los centros de trabajo, asearse en ellos y hacer ahí mismo sus comidas. 

Si esto ya es en sí mismo denigrante, en Estados Unidos se pinta una raya todavía más allá en el terreno de la indignidad. Miles de trabajadores del sector avícola deben usar pañales en el momento de la jornada laboral.

Debido a que son amenazados por perder su empleo, deben someterse a esta terrible condición mientras tienen ante sí un determinado número de pollos a los que en cierto tiempo deben hacen cortes para obtener piezas separadas. Estos trabajadores deben también tomar menos líquidos, lo que los coloca en riesgo de padecer enfermedades graves. 

En una suerte de contrapartida, informaciones provenientes de Japón señalan que, por ser uno de los países con menor tasa de sueño en el mundo (es de 6 horas diarias), los empleadores han decidido que dentro de la jornada laboral se destinen 20 o 30 minutos a tomar una siesta. La técnica ha funcionado y hay incluso establecimientos que capitalizaron medidas de esta naturaleza y acondicionaron sus negocios con camas para dormir la siesta. En un café de Tokio, se puede descansar en ellas hasta una hora flotando en la atmósfera esencias de suaves perfumes, para relajarse.

Los “Tiempos modernos” que nos alcanzaron. Esa enajenación que apreciamos en el filme de Chaplin de igual o peor forma se repiten en nuestros propios tiempos modernos. 

Escrito, actuado y dirigido por  Chaplin, el filme ofrece una serie de cuadros, estampas de una sociedad en la que la industrialización llegó para optimizar tiempos y recursos a costa del ser humano. Es la industrialización la panacea en un mundo que viene de una gran depresión económica y en medio de una crisis política que derivará, en pocos años en el estallamiento de la Segunda Guerra Mundial.

La mecanización del trabajo; la deshumanización, la profunda enajenación. Desde una perspectiva personal, el Charles Chaplin que se retrata en algunas escenas como un trabajador “torpe” viene a representar cómo la tecnología deja fuera al ser humano y no importa si este se adapta o no. “Algún día tendrán que ajustarse; no hay otro camino”, pareciera que escuchamos en momentos en los cuales el obrero debe entender cómo es su trabajo frente a la máquina. Si trasladamos esto a la actualidad, podemos verlo en aquellos no acostumbrados a lidiar con las máquinas expendedoras de refrescos o alimentos, o incluso de dinero. Difícil de acostumbrarse y se enfrentarán, con el mismo desconcierto y temor del personaje encarnado por Chaplin frente a la gran máquina.

“Time is money”, es la proclama. Y parece ser la proclama actual también. Es de desearse que el  mensaje esperanzador que deja la cinta hacia el final, ese “Sonríe” de Chaplin a la joven, pudiera vislumbrarse en sociedades atentas e interesadas de verdad por sus habitantes.