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Cinismo y anexas

He conocido muchos cínicos, pero ninguno como aquel que me presentaron en cierto pueblo cuyo nombre no cito para no echar baldón sobre sus habitantes.

Era de oficio carnicero ese individuo. Y decía con orgullo:

-Mi carnicería me da para vivir muy bien. Me da para pagar mis gastos; me da para pagar mis vicios; me da para pagar mis viejas... Para lo único que no me da es para pagar la carne.

El cinismo -también llamado desvergüenza- es un rasgo que muy pocos pueden tener en forma plena. Yo digo que el cínico no se hace: nace. Seguramente el cinismo se lleva en los genes, como la política, dicho sea sin ánimo de establecer comparación. Nadie puede nacer pelirrojo si entre sus ancestros no ha habido un pelirrojo. Es apócrifa la historia según la cual una señora dio a luz un bebé pelirrojito. Se sorprendió bastante, pues ni en su familia ni en la de su marido había habido nunca un pelirrojo. El médico la interrogó, y por el interrogatorio supo que antes de engendrar a la criatura el esposo había dejado pasar dos o tres años sin hacerle el amor a SU MUJER.

-Ahora me lo explico, señora -dijo el facultativo-. No es que el bebé sea pelirrojo. Es óxido.

Tampoco nadie es cínico si no ha nacido cínico. Para eso no se estudia: el cinismo no se puede aprender en un curso por correspondencia, ni haciendo un diplomado o una maestría. Sólo se es cínico por nacimiento.

Una de las supremas habilidades de los cínicos es mostrar indiferencia o desdén ante la vida. A más de eso el cínico debe ser competente en el arte del fingimiento, de la simulación. Pero sobre todo ha de tener sangre fría. Oí decir de un señor a quien su esposa vio en la calle con una morena de ésas cuya sola mirada incita a cometer pecado contra el sexto y noveno mandamientos. Cuando el sujeto regresó a su casa su airada cónyuge le reclamó con furia:

-¡Ibas en plena calle con una mujerzuela de las de cuatro letras!

-Ah -replicó el tipo con desabrimiento-. Ya te vinieron otra vez con chismes.

-¡Nada de chismes! -bufó ella-. ¡Te vi con mis propios ojos!

Respondió entonces el formidable cínico:

-¿Y les vas a creer más a tus ojos que a mí?

En la definición de Wilde -la frase es muy famosa- un cínico es aquél que sabe el precio de todo y el valor de nada. En efecto, el cínico no tiene valores. No es que sea inmoral: sencillamente es amoral. Así como hay quienes no tienen oído para la música, y otros que son son daltónicos y no distinguen los colores, así también hay hombres -y mujeres- que no poseen el sentido de la ética. Hacen el mal, digamos, sin darse cuenta de que están haciendo el mal. Quizá Napoleón era uno de esos hombres sin oído para la moral, un daltónico de la conciencia incapaz de distinguir entre el bien y el mal.

Dos amigos formaron una sociedad, y contrataron como su secretaria a una muchacha de buenas prendas físicas, pero de inteligencia módica, y muy cándida.

Le dijo uno al otro:

-Tendremos que enseñarle la diferencia entre el bien y el mal. Tú encárgate de enseñarle el bien. De lo demás me encargo yo.

Ya se ve que de cínicos está lleno el mundo. En fin; lo hacen menos aburrido.