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Islas y oasis
Nadie lo usa pero es nombre oficial y legal.
Nos llamamos Estados Unidos, como el vecino del norte que se adjetivó “de América”, adjudicándose un calificativo continental. Acá solo se añadió “mexicanos”. Pero el apodo doméstico, que ha tenido imitación mundial es el de México, con equis de sonido gutural, similar al de la jota.
Durante la Guerra de Independencia, en el último debate sostenido en el Congreso de Anáhuac en 1813, se propuso recuperar el nombre de Anáhuac para la nueva nación independiente y en 1814, bajo la Constitución de Apatzingán, con el nombre de América Mexicana. Pero el primer nombre oficial en 1821 del nuevo estado fue el de Imperio Mexicano. Tras la caída de Agustín de Iturbide, en 1823, se promulgó la constitución de los Estados Unidos Mexicanos, y México finalmente prevaleció como nombre común del País.
Los Estados, acá de este lado, se declaran libres y soberanos, aunque unidos en federación. Y ahora sucedió el reciente ascenso. Elevó a la Ciudad de México a un CDMX (léase ¿Cedemex?) que parece ser algo semejante a un nuevo Estado, con su próxima Constitución claro, y todo.
Sin embargo, a pesar de lo de ”unidos” y de lo de “federación”, los mejores observadores y analistas captan algo así como varios Méxicos, con grandes contrastes culturales, geográficos, económicos, políticos y hasta lingüísticos.
El panorama se visualiza como islas en un mar u oasis en un desierto.
Eso sí, hay una concentración poblacional en eso que llaman metrópoli y que es más de lo que fue el De Efe. Como si en una casa grande todos los habitantes durmieran en la cocina. Se dificulta lo unánime y lo solidario. Ahora, en próximas elecciones dominicales, el fantasma del abstencionismo -siempre mayoritario- está en acecho, a ver qué minoría más grande se lleva el gane.
En este México norteño hay vetas de esperanza entre pedruscos recalcitrantes. Si las islas pasan de archipiélago a continente y los oasis convierten el desierto en bosque, se podrá hablar de unidad de estados y de federación que armoniza soberanías.
Lejos aún de lo orgánico, se soporta todavía lo tumoral. Las concentraciones oportunistas y succionadoras impiden la distribución justa y proporcionada por sistemas viciados y actitudes individualistas. Solo orquestar la pluralidad y la diversidad hace posible la unidad...