El peor bullying: El maltrato entre hermanos

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El peor bullying: El maltrato entre hermanos

Foto: Especial
No siempre los bravucones están en los juegos; a veces, están en tu propia casa. Hasta el 40% de los niños fue intimidado por sus hermanos, lo que acarrea secuelas físicas y psicológicas a largo plazo.

El matón en el área de juegos puede causar daños físicos y psicológicos duraderos a los niños. Pero todavía más peligroso es el bravucón del patio de tu casa, aquel que comparte el ADN de tu hijo.

Hasta el 40% de los niños son acosados por sus hermanos y el tormento puede tener consecuencias a largo plazo, como la depresión, la ansiedad, inflamaciones, obesidad y autolesiones, afirma un estudio reciente. De hecho, el bullying puede ser peor entre hermanos que entre pares porque el niño no tiene forma de escapar, sostienen los expertos.

Sin embargo, los padres suelen restarle importancia diciendo que es natural y no intervenir, lo que racionaliza hasta cierto punto la idea de que todos los hermanos se pelean.

“El conflicto es normal, natural y necesario. Pero el bullying no es algo que se resuelva, sino algo a lo que hay que ponerle fin”, postuló la experta en bullying Barbara Coloroso, autora del libro “The Bully, the Bullied and the Bystander”.

Si se deja que continúe, el maltrato puede lastimar al niño acosado no sólo mientras se da, sino también mucho después de llegar a la adultez. Un estudio en Inglaterra reveló que los efectos del bullying en la niñez persisten a los cuarenta.

“Analizamos la salud mental, el nivel de educación, el trabajo, las relaciones sociales adultas y la salud física, y de forma general tendemos a observar que las víctimas tienen efectos duraderos de esta experiencia temprana”, declaró el Dr. William Copeland, profesor asociado del Departamento de Psiquiatría y Ciencias de la Conducta del Centro Médico de la Universidad Duke en Durham, Carolina del Norte.

Cuando el maltrato se siente en carne viva

Cerca del 75% de los niños estadounidenses tiene por lo menos un hermano, y cuando la relación es sana, puede transformarse en una de las más importantes de su vida.

“En la infancia media, los niños ya pasan más tiempo interaccionando con sus hermanos que con sus padres”, escribieron Dieter Wolke, Neil Tippett y Slava Dantchev, de la Universidad de Warwick, en un estudio publicado en octubre de 2015 en The Lancet Psychiatry.

Pero cuando las buenas riñas se transforman en un tormento crónico, los resultados para el agresor y el agredido empeoran y el hogar familiar, que debería ser un refugio, puede parecerse a una cámara de torturas para el segundo.

Los chicos maltratados son más propensos a sufrir dificultades psicológicas, como trastornos de ansiedad y depresión, y a incurrir en autolesiones. Algunos estudios sugieren que tienen más probabilidades de sufrir bullying fuera de la casa y a tener relaciones complicadas con sus pares.

Además, los efectos no son sólo psicológicos: incluso en la adultez, los niños maltratados presentan niveles más elevados de la proteína C reactiva, un indicio fundamental de inflamación crónica.

La inflamación a corto plazo o aguda nos ayuda a recuperarnos de enfermedades o lesiones. Pero la inflamación crónica lastima el cuerpo y puede provocar enfermedades cardíacas y otros problemas como la diabetes. La inflamación persistente también es un indicador de estrés tóxico, una presión que no cede y puede interferir en el desarrollo cerebral normal del niño.

El bullying se “siente en carne viva” literalmente, afirma Copeland, el profesor de la Universidad Duke.

Irónicamente, Copeland descubrió que los niveles de inflamación de los que acosan parecen mejorar gracias a su mala conducta, porque la agresión puede elevar su status social y por ende su salud psicológica.

Pero a largo plazo, los agresores también pueden sufrir. Algunos estudios muestran que son más propensos que sus pares a abusar del alcohol y las drogas, ir a la cárcel, no respetar las leyes de tránsito y tener problemas para mantener un empleo. Como sus víctimas, son más vulnerables que sus pares a la ansiedad, la depresión y los trastornos alimenticios.

Pero los peores resultados son para las personas a las que Copeland llama “agresores-víctimas”, los que fueron maltratados y luego le hacen lo mismo a los demás.

El agresor-víctima tiene más probabilidades de sentir depresión y conductas suicidas, como pensamientos de esa clase, intentar suicidarse y infligirse autolesiones.

“Es un grupo distinto que tiene resultados a largo plazo mucho peores que incluso los de las propias víctimas”, explicó Copeland.

Los efectos también se amplifican en los niños que son maltratados tanto en la escuela como en casa. “No tienen ningún lugar seguro, ningún refugio a salvo de la experiencia”, sostuvo el investigador.

“A mundos de distancia”

Los hermanos se pelean desde la época del Edén, razón por la cual a veces los padres tardan en darse cuenta de que está ocurriendo algo más serio que una riña.

Una forma de distinguir si se trata de un conflicto normal o un caso de bullying es prestarles atención a las reacciones de ambos niños.

“Si es un conflicto, ambos se van a sentir mal. Pero si es bullying, uno queda lastimado y el otro lo disfruta. Están a mundos de distancia”, explicó Coloroso.

En vez de sentirse enojados o tristes temporalmente, los agresores sienten un desprecio constante por sus hermanos, agregó la escritora.

Hay que observar los patrones de conducta, aconseja Copeland. “Estamos hablando de una conducta reiterada, una persona a la que se agrede regularmente y un bravucón en una posición imaginaria de autoridad o poder. Esos son los tres ingredientes que definimos típicamente como bullying”.

Por lo general, quien agrede es más grande que sus víctimas y en la mayoría de los casos se trata de varones, aunque a veces se da lo contrario. Y a veces dos hermanos pueden unirse contra un tercero.

Cuando el que agrede es más grande que la víctima, la conducta puede ser resultado del enojo no resuelto por haber sido desplazado por un nuevo bebé.

El fallecido psiquiatra David M. Levy, quien acuñó el término “rivalidad fraterna”, descubrió que los niños pequeños a los que se les regala muñecas de una madre, un bebé y un niño más grande decían que la reacción de este último sería atacar o lastimar al bebé. Levy concluyó que los sentimientos de hostilidad hacia un bebé son biológicos y universales.

Pero la forma en la que ese enojo se expresa, sostuvo Coloroso, se aprende.

“A uno le tienen que enseñar a ser malo”, afirmó la escritora. Los padres de los niños que agreden a otros tienen que preguntarse: “¿Cómo nos relacionamos mutuamente en la familia? ¿Cómo nos relacionamos con personas externas a la familia? Nuestros niños nos están mirando”.

Esto se puede expresar en maltratos físicos, como empujar a alguien, o bullying verbal, como provocar a la víctima o ponerle apodos. Una táctica común entre los hermanos agresores es decir que el que agrede es el otro.

Si los padres perciben que uno de sus hijos hostiga a otro, deben tener cuidado para no minimizar o racionalizar esa conducta.

Hay que tranquilizar a la víctima diciéndole que uno se da cuenta de lo que está pasando y que uno cree en ella. No le digas que evite al agresor. “En el contexto familiar, no se puede evitarlo y de todas formas no funciona, el niño encontrará a la víctima”.

Además, aunque aprender a defenderse ayuda a la víctima a tener confianza, no hay que decirle que ignore el bullying (“carcome por dentro a la víctima”) o que le haga frente. “Los bravucones son cobardes. Se meten con alguien con quien saben que pueden meterse. Si se le indica al niño que se defienda, lo molerán a golpes”, explicó Coloroso.

Para el agresor, la terapia familiar puede ayudar, así como involucrarlo en actividades positivas que gasten energía, como correr, nadar o jugar al básquet. Hay que explicar que el hogar debe ser puerto seguro para todos los miembros de la familia y pedirle al niño qué piense cómo reparar el daño hecho y cómo evitar que se repita esa conducta.

Por último, se debe dar a ambos niños la oportunidad de hacer el bien, ya sea ayudando a preparar la comida o con tareas de voluntariado en la comunidad.

“Los bravucones crecen y seguirán en lo suyo a menos que se los detenga”, afirmó Coloroso.