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Mirador 22/06/16
El jugador de ajedrez ordenó las piezas en el tablero. Iba a jugar una partida contra sí mismo, pues no conocía a nadie más con quién jugar.
De pronto, ante sus asombrados ojos, la reina cobró vida. Era una dama llena de majestad y de belleza. Alta y airosa, su perfecto rostro irradiaba bondad y simpatía; las armoniosas líneas de su cuerpo prometían inefables goces.
La hermosísima mujer fue hacia el ajedrecista y le echó al cuello los ebúrneos brazos. Luego juntó sus labios con los del hombre, y acercó su cuerpo al suyo en silencioso ofrecimiento de rendido amor.
El jugador de ajedrez la rechazó. Apartándola de sí le dijo con dureza:
—Aléjate de mí. Eres la vida, y la vida es un juego que yo no sé jugar. Torna a tu sitio. Vuelve a ser pieza del tablero. Y no te muevas. Espera a que te mueva yo.
¡Hasta mañana!....