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El trabajo de no trabajar
Aquel tipo sureño fue a tomarse una radiografía. El médico se desconcertó al ver las placas: aparecían en la espalda del individuo unas señales raras que el facultativo jamás había visto. Convocó a junta de radiólogos y especialistas en diversas ramas de la ciencia médica, y ninguno acertó a relacionar aquellas extrañas marcas con alguna enfermedad. Vio las radiografías la esposa del individuo y dijo:
-Son las huellas que le ha dejado en los lomos el tejido de la hamaca.
Perezoso en extremo era el personaje de esta historia verdadera. Si callo su nombre es por pura discreción y no por miedo de que el sujeto pudiera perseguirme: su pereza no lo permitiría. Dicen quienes lo conocieron que en otra ocasión se hizo un análisis de laboratorio.
-Le salieron tres ácidos –le informó la encargada-.
-¿Tres? -se alarmó el sujeto-. Yo sólo sé del ácido úrico. ¿Cuáles tres ácidos me salieron?
Enumeró la laboratorista:
-Ha sido tragón, ha sido borracho y ha sido güevón.
Borracho había sido, en efecto este hombre, y conservaba la afición. Con esta añadidura: jamás pagaba lo que se bebía. Quiero decir que era gorrón. Cierto día lo buscó un amigo, borracho y gorrón también, como él. Lo buscó en la taberna donde habitualmente solía estar y le dijo al oído:
-Vamos a la otra cantina. Ahí están los tragos a dos por uno.
-Me quedo -replicó el tipo-. Aquí están a todos por cero.
Y es que estaba bebiendo a costa de otro, como de costumbre.
No es éste el único tipo flojo que hay en la República. En todas partes abundan los holgazanes. Hace poco viajé a Veracruz, al puerto, y -como es obligado- fui al Café de La Parroquia. Me extrañó verlo con pocos parroquianos.
-¿Qué sucede? -le preguntó mi acompañante al mesero-. ¿Por qué hay tan poca gente?
Respondió el pícaro camarero:
-Es que el gobernador anunció que va a abrir 10 mil empleos, y muchos se quedaron en su casa, no sea que les toque uno.
Pero vuelvo al protagonista de mi cuento, que no es cuento sino, como dije, verídica historia. La esposa del holgazán empezó a tener problemas con la glucosa.
Los doctores le encontraron una incipiente diabetes. Con inquietud la señora comentó el problema con una su vecina. Le dijo ésta:
-En Monterrey hay un doctor que por 10 mil pesos hace trabajar al páncreas.
Replicó la señora:
-Le doy 100 mil si hace trabajar a mi marido.
Al perezoso individuo de quien cuento todo esto se le ocurrió una vez irse a los Estados Unidos en compañía del mismo tipo aquel de la cantina, flojonazo igualmente. Quién sabe por qué cayeron los dos en semejante idea: si aquí no hacían nada menos aún iban a hacer al otro lado.
Llegaron los dos a la frontera, y ahí les marcó el alto un funcionario de la Migra americana.
-Ustedes no poder pasar -les dijo, terminante.
-¿Por qué? -inquirió uno de los dos haraganes-. Nuestras micas están en orden.
-Sí -respondió el agente yanqui-. Pero yo creer que ustedes venir a los Estados Unidos a trabajar.
-¡Uh, mister! -exclamó el sujeto-. ¡Precisamente de eso venimos huyendo!