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Tiempos de ayer

Tengo –gran tesoro- un ejemplar del Reglamento de Policía de Saltillo en 1900. Lo leo siempre con deleite porque sus artículos, escritos en el frío y escueto lenguaje de la ley, entregan una vívida descripción de los tiempos y costumbres –O  tempora, o mores!- de nuestra ciudad en los albores del pasado siglo.

Leamos algunos de sus artículos:

 “... Es obligación de todos los vecinos tener aseados los frentes de sus casas. La limpieza se hará a la hora del alba, para no molestar a los transeúntes...”.

“... No se permite lavar ropas en las fuentes públicas, ni dar de beber en éstas a los animales, si no es en aquellas que estuvieren destinadas para tal objeto...”.

“... Toda clase de animales muertos serán mandados enterrar inmediatamente por sus dueños afuera de las garitas y a sotavento de la población, o los mandarán tirar a un cuarto de legua (un kilómetro) de suburbios en dirección contraria al rumbo de los aires reinantes en la ciudad...”.

“... Se prohíbe echar papelotes (papalotes, es decir cometas) en las azoteas, calles, plazas, y demás parajes públicos concurridos. Se prohíbe también jugar a la pelota, rayuela, trompo y demás entretenimientos en que forman corrillos de muchachos...”.

“… Se prohíbe a los niños el que monten en la parte posterior de los carruajes, bajo la pena de 25 centavos de multa, que pagarán sus padres. La misma pena se impondrá cuando molesten a los ciegos, ensucien y maltraten las paredes o puertas, o arrojen piedras en las calles, plazas o sitios públicos…”.

“… Queda prohibido maltratar cruelmente a los animales o cargarlos con un peso excesivo…”.

“… Se prohíbe cortar flores, ramas u hojas de los árboles y plantas de los paseos públicos…”.

“… Es obligación de todos los padres de familia, tutores o encargados de colegios y en general de todas las personas que tengan a su cargo reuniones de gente de cualquier clase, sexo o condición, indagar si esas personas están vacunadas, para que lo sean  si no lo estuvieren…”.

“… Será considerado como vago todo individuo que, sin tener modo honesto de vivir, no se dedique a trabajo o profesión alguna útil, pasando su vida en la ociosidad, frecuentando las cantinas, cafés y billares y entregándose al vicio del juego o de la embriaguez…”.

“… Todo individuo que cambie de habitación está obligado a dar cuenta de ello tanto al Juez auxiliar de la sección que abandona como al de aquella a que pasa a domiciliarse, so pena de ser considerado como sospechoso…”.

“… Todo individuo que se orine o se ensucie en las calles, plazas o en cualquier lugar público, ofendiendo la honestidad y decoro de las gentes, será conducido a la cárcel…”.

 “… Los ebrios escandalosos, y los que por su desnudez y lo haraposo y sucio de su traje ofendan la honestidad o causen repugnancia y asco a las gentes, serán conducidos a la cárcel…”.

“… Se prohíbe a los actores en los teatros o circos las acciones, palabras y canciones obscenas o injuriosas, así como las que tengan por objeto ridiculizar a determinada persona…”.

“… Se prohíben, sin permiso de la autoridad, los vítores, serenatas, alboradas, gallos y cualesquiera otras manifestaciones públicas de regocijo que se verifiquen en reuniones de una manera ruidosa. Toda persona que quiera hacer un baile está obligado a solicitar permiso escrito de la autoridad política…”.

“… Quedan prohibidos los bailes llamados vulgarmente velorios, que suelen tener lugar con motivo de la muerte de los párvulos. Se prohíbe bajo la misma pena llevar con música los cadáveres, ya sean de niños o de adultos, al inhumarlos en los campos mortuorios…”. 

¡Qué extrañas nos parecen algunas costumbres de nuestros antepasados, como ésa de hacer un baile con motivo de la muerte de un pequeño! Me pregunto qué dirán nuestros descendientes –los nietos de nuestros nietos- al considerar algunas de nuestras costumbres de hoy.