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Pornografía victoriana

Algunos moralistas son muy inmorales. Andando por la legua he descubierto que la virtud y el pecado viven en estrecha vecindad. Pondré un ejemplo. La ciudad de León es una de las más católicas de México. Ahí la Cristiada tuvo su bastión y el sinarquismo su atalaya. Y sin embargo en León hay más moteles de paso que zapaterías. Su abundancia es tal que hacer el amor en casa es considerado una curiosa aberración sexual.

Algo parecido sucedió en Inglaterra durante la llamada época victoriana. La Reina Victoria era muy fea, y por lo tanto muy virtuosa. No gustaba del acto del amor: cuando su esposo, el Príncipe Alberto, se lo hacía, ella cerraba los ojos y se ponía a pensar en Inglaterra. Aun así tuvo nueve hijos. Eso es mucho pensar.

En la Reina Victoria encarnó la pacata moralidad de una sociedad fincada en el dinero, con todas las hipocresías y reservas que de eso suelen derivar. El homosexualismo era severamente condenado, aunque uno de cada dos ingleses de la nobleza lo practicaba con el otro. Por abajo de los convencionalismos que describió Jane Austen en sus novelas, y de los dramas sociales que narró en la suyas Dickens, fluía una vena de sensualidad pecaminosa, de perversión, de la cual Jack el Destripador es sólo un mínimo botón de muestra.

Déjame mostrarte estos dos cuadros de William Hogarth. Los pintó, con intención netamente pornográfica, entre 1730 y 1731. Muestran dos momentos separados por breve tiempo pero por mucha acción. En el primero un joven se aplica a la tarea de seducir a una muchacha que sólo en apariencia se muestra reticente. Los dos están de pie, en un umbroso bosque. Él tiene la mano sobre el corazón, como jurando amor, y ella lo detiene con gesto de rechazo. Sin embargo la chica tiene las piernas ligeramente abiertas, como en invitación, y el galán ha deslizado entre ellas una de las suyas, en adelanto de lo que luego habrá de deslizar.

En el segundo cuadro todo se ha consumado ya. Ahora los amantes aparecen reclinados sobre el suelo. Ella tiene la ropa y los cabellos en desorden. Su más íntima prenda de ropa aparece tirada a un lado. Él, por su parte, tiene abierto el pantalón. Sin recato de ninguna especie el pintor muestra en desmayo lo que poco antes el amante tuvo en ejercicio. Los dos cuadros se llaman “Antes” y “Después”. Ni el más ingenuo espectador preguntará antes y después de qué.

Pues bien: esos dos cuadros pornográficos tuvieron mucha boga en los años de la reina Victoria, y fueron expuestos varias veces en exposiciones oficiales. Se presentaban como “lección moderna de moral”, para mostrar los excesos a que podía conducir la pasión desordenada. Nadie, sin embargo, veía en esos cuadros una lección virtuosa. Damas y caballeros acudían a mirarlos movidos por la exhibición de los ebúrneos muslos de la dama y de la flácida varonía del galán. Todos hablaban luego de los virtuosos pensamientos que tal contemplación les había inspirado.

Marx el bueno -Groucho- decía que cuando en una comida alguien empezaba a hablar de honestidad, y se proclamaba hombre honrado, él se ponía a contar los cubiertos de la mesa. Del mismo modo tras las prédicas de la moral se esconden muchas inmoralidades.