Mirador 13/08/16

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Mirador 13/08/16

 Por esta sola vez, y sin que el caso siente precedente, el señor Cantalarrana asume el rol de dueño de una tienda.
 

       El señor Cantalarrana no permite que su única empleada se siente durante las horas de trabajo, que son de 9 de la mañana a 9 de la noche. La muchacha debe estar siempre de pie, incluso cuando consume con rapidez el magro lonche que lleva para su comida. Desde su sillón el señor Cantalarrana la vigila para que no se siente. Sentarse, le dice, es signo de pereza, y da una mala impresión a la clientela.

         Un día el señor Cantalarrana amanece en el otro mundo. Está en un sitio que le parece el Cielo. No le extraña verse ahí: iba a la iglesia todos los domingos, y siempre daba 10 pesos de limosna. Tenía derecho entonces a gozar de la morada celestial.

         Se le acerca una sombra que le dice:

         —Estarás aquí toda la eternidad, pero no podrás sentarte nunca.

         Fue así como el señor Cantalarrana supo que no estaba en el Cielo.

¡Hasta mañana!...