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Es Santa pero le dicen Madre
Ya estaba arrugadita de su cara.
Se la veía cerca de la princesa Diana con su hábito blanco con bordes azules de cabeza a pies. Sonriente entre los pobres. Cuando viene a México preguntó que donde queda Cartolandia, el barrio fronterizo de casas de cartón. Fue su destino de más dedicación.
En una gran ciudad de Estados Unidos le donaron unos pisos de un edificio elegante. Las hermanas se dedicaron a quitar alfombras y tapices y sustituir muebles suntuosos por otros usados de artesanía popular. Se llenaron de ancianos y niños enfermos de esa indigencia ignorada del mundo de primera.
Su pensamiento brotaba salpicado de apotegmas. Eran cuentas de sabiduría que se engarzaban en frases relampagueantes. Siempre se recuerda la pregunta que hizo aquel muchacho con sida. Ella daba una conferencia contra el crimen del aborto. El chico preguntó: “¿Por qué Dios no manda médicos que puedan curar esta enfermedad?” Ella lo miró con sonriente comprensión y le dijo: “Sí los ha mandado, hijo, pero los han matado antes de nacer”.
Y también se repite lo que dijo a aquel reportero que la vio lavando las llagas de un leproso: “Yo no haría eso ni por un millón de dólares” Ella lo vio a los ojos y le dijo” ¿Por un millón de dólares? yo tampoco lo haría” y siguió quitando gusanos de las heridas infectadas.
Buscaba los que sufrían más, los más abandonados, los olvidados, los excluidos. Con sus hermanas pasaba haciendo el mejor empleo del tiempo que puede escogerse en esta breve vida.
Le dieron el premio Nobel de la Paz. Ha admirado su entrega generosa, al servicio de la humanidad, gente de todos los credos y nacionalidades.
Se publicó la foto de más de cien mil personas de todos los países, reunidas en Roma el día de su canonización. La foto oficial la presenta en inclinación servicial, con los dedos entrelazados y con una sonrisa de hondas raíces. Se hunden en el misterio íntimo de una oscura y dolorosa noche interior que solo se conoció por las cartas a su orientador, recientemente publicadas.
Toda su alegría estaba cimentada solo en su fe, en su esperanza y en su amor. Llevaba esa cruz de sequedad profunda como un sacrificio que, por su fidelidad, se convirtió en bendición.
Es santa ahora pero la gente le dirá solo: “La Madre Teresa”. Ella era de Albania pero fructificó para siempre en Calcuta. Iluminó una época de violencias con un amanecer de misericordia…