Adán Luna (1950-2016)

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Adán Luna (1950-2016)

Atentos lectores que me favorecen con su atención me han preguntado, “¿no va a hablar de Juan Gabriel, maestro?” Soy lento, tan lento, que llego siempre tarde a los grandes acontecimientos. Los buenos y los malos. Usted lo ha visto y notado. Luego de los fuegos pirotécnicos de la inmediatez de la noticia, si algo vale la pena, pues lo abordo. Cuando no lo hago, desde mi muy particular punto de vista, no vale la pena hacerlo. No vale la pena, por ejemplo, ocuparse de algo tan intrascendente como la llegada de taxistas piratas llamados Uber. Si algo vale la pena, tarde pero lo voy abordar con mis letras y palabras. No a todos les importa, ya lo sé, pero lo hago para que usted tome, como siempre, lo que le sirva y deseche la bisutería. Agradezco que usted me lea.

Y un hecho que no va a pasar de moda es la muerte de Alberto Aguilera Valadez, tan añorado y querido que pocos lo van recordar por su nombre de pila, pero sí por su nombre artístico: el ya eterno Juan Gabriel. No voy a repetir aquí lo que todo mundo ha publicado y glosado, los datos ya tan sobados. También un poco por esto siempre me espero a dar mi torpe punto de vista en todo; la gente entra a Internet, se nutre y atiborra de datos y glosa lo común que los hace pensar igual y deletrear hasta las mismas frases. Por lo general y siempre, le ofrezco mi personal arista y ángulo. Y mis primeras letras en este sentido deceso son las siguientes…

Soy un hombre viejo. Y como aquel libro de memorias de Pablo Neruda, “Confieso que he vivido”, mis zapatos rebozan polvo de muchos pueblos y ciudades. Mi pluma se ha mojado en frascos y pocillos alrededor de México. Ahora por gusto al viaje, ora por trabajo, ora por obligación, ora por azar… así ha sido mi vida. Tal vez así va a ser siempre hasta el fin de mis días. En la década de los noventa del siglo pasado trabajé en Monterrey como agente de ventas. Me tocaba la zona norte. Parte de la zona. Lo más septentrional que visitaba: Ciudad Juárez, Chihuahua. En aquel entonces aún no asomaban con toda su crudeza y terror los tentáculos del narcotráfico y su sevicia. Más bien eran asaltos urbanos de cholos (cuando la mala suerte lo seguía a uno) y robos –digamos– comunes. Fui recurrentemente a Juárez. Y claro, cómo no ir al mítico “Noa Noa”, un salón de poca monta enclavado en zona pecaminosa de la frontera, lugar que hoy forma parte del imaginario colectivo porque lo glosó en una pegajosa melodía para la eternidad… Juan Gabriel.

Esquina-bajan
Fui al “Noa Noa” y  era un lugar mezquino y divertido como el que más. Este tipo de lugares son iguales en todo el País. Llámese la “Vía Láctea” en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; la legendaria calle Coahuila de Tijuana, o los animados y peligrosos tables dance regiomontanos de la insomne calzada Madero.  Fui al “Noa Noa”, tomé un par de cervezas, deambulé un rato por el lugar y ese día,  cosa curiosa, todas las damiselas, los meseros y barman habían platicado, conocido, chupado y convivido con Juan Gabriel. Todos. La ficción era buena. A eso íbamos los turistas: a conocer el lugar de donde había surgido el cantante y versificador que arañaba nuestra alma y corazón con su arrebato y dolor. Ya luego, un día, cuando llegaron los cárteles del narcotráfico, el “Noa Noa” –si mal no recuerdo– fue quemado. Hoy leo, es un solar. 

Ese día estuve allí un rato. Había un lugar más animado que el “Noa Noa”, con musas de infarto, bañadas en maquillaje, tacones de verticalidad imposible y envueltas en perfume barato, las cuales lo desdeñaban a uno como mexicano y esperaban a sus clientes gringos. Los dólares siempre le van a ganar la partida al devaluado peso. Bailé un buen rato en el otro tugurio y ya tarde regresé a mi hotel. Nunca más volví a ir al mítico “Noa Noa”. Ignoro si al día de hoy hayan hecho una réplica. 

Segunda estampa: por la década de los noventa del siglo pasado, puede ser en 1989, Saltillo era una buena ciudad para vivir. Había una real, auténtica y animada Feria de Saltillo.

Su palenque era de primer mundo; sus artistas, los mejores que en ese momento estaban en el candelero. Y sí, vino Juan Gabriel a dar un show de antología. Ese día fui con uno de mis cuñados. Agarramos una borrachera de escándalo (como siempre en mi caso), apostamos a los gallos y algo que creo recordar era como una lotería. Ganar o perder era intrascendente, venía el divo Juan Gabriel y fue un show que aún hoy anida en mis ojos y oídos. ¿Por qué nadie lo recuerda, nadie fue?

Letras minúsculas
Antes de ser Juan Gabriel fue Adán Luna, estuvo preso 18 meses en Lecumberrí por robo, un robo que jamás se le comprobó. Hoy es eterno.