Usted está aquí
Mirador 14/09/16
¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, cuando eras todavía un cachorro y viste por primera vez el agua del estanque? De inmediato te lanzaste a ella, movido por no sé qué atavismo de perro nadador.
Yo, tu amo, no me preocupé. Mi esposa, mi ama, sí. Me preguntó con inquietud:
–Es muy pequeño; no ha nadado nunca. ¿No se irá a ahogar?
Yo la tranquilicé. Le dije que la razón falla muchas veces, pero el instinto nunca. Y tras de ti estaban mil generaciones de perros cazadores que buscaban la piezas en el agua. Ellos te habían enseñado a nadar. Ellos nadaban contigo.
Yo, Terry, no soy cazador. El instinto de la caza ha sido sustituido en mí por el instinto de la casa. Perdona, entonces, que no te haya dado presas qué cobrar. Tú, perro de caza, te hiciste también perro de casa. Y, sin embargo, cuando pasaban en otoño las bandadas de patos las veías, tenso, y luego me mirabas como diciendo: “¿Vamos?”.
Nunca fuimos, Terry. Tengo muy vivo el instinto de vivir, pero en mí ya murió el instinto de matar. Tú, que siempre lo entendiste todo, me comprenderás.
¡Hasta mañana!...