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Mirador 15/09/16
El viajero recuerda cuando caminó camino de Santiago, ciudad hecha de fe. No era la fe lo que lo llevaba ahí. Tenía 20 años e iba a Compostela tras los pasos de una muchacha de 18.
Ella era incrédula. A su edad había leído a Sartre y a Camus. En cambio el viajero –me da pena decirlo– había leído solamente “Los tres mosqueteros” y “Tartarín de Tarascón”.
Es de noche, y la muchacha y el viajero se disponen a dormir en descampado. Han encendido una hoguera para protegerse del frío, pero luego la dejan morir a fin de ver mejor el Camino de Santiago. (El del cielo, no el de la tierra).
Pregunta él: “¿Crees en Dios?”. Ella responde: “Creo en la vida”. Dice él: “Es lo mismo”. Después ella pregunta: “Y tú ¿crees en la vida?”. Contesta él: “Creo en ti”. Y añade luego: “Es lo mismo”.
Entonces se protegen del frío en otra forma, y el milagro del amor –es decir el milagro de la vida; el milagro de Dios– florece en el Camino de Santiago. (El de la tierra, no el del cielo).
¡Hasta mañana!....