Usted está aquí
Mirador 17/09/16
Me habría gustado conocer a don Apolonio García, ranchero acaudalado, propietario de casas y terrenos en Guadalajara.
Pancho Villa impuso un préstamo forzoso a los ricos de la bella ciudad. Don Apolonio, conocido por su apego a los dineros, dijo que no podía dar esa aportación: era sólo un pobre campesino.
–Llévenlo preso –ordenó Villa.
–Como lo mande su merced –suspiró don Apolonio.
Al día siguiente lo hizo traer a su presencia. Si no entregaba la suma requerida, le dijo, mandaría que le dieran una cintareada, una golpiza con la parte plana de la espada.
–Como lo mande su merced –volvió a suspirar el ricachón.
Un día después Villa lo amenazó con amenaza peor: si no pagaba la contribución lo haría castrar.
–Como lo mande su merced –suspiró otra vez don Apolonio. Y añadió con otro suspiro:
–Dios le dé buena mano al capador.
Villa prorrumpió en una fuerte carcajada y ordenó:
–Suelten a este viejo cabrón. Me hizo reír, y la risa es mejor que el dinero.
¡Hasta mañana!...