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Fabio Morábito, una pizca de autobiografía
CIUDAD DE MÉXICO.- “Las historias están al acecho y, cuando uno se descuida, dan el zarpazo. Ahí están. El problema es domarlas y convertirlas en narraciones. Eso sucede cuando uno escribe, pues aunque uno tenga la historia completamente pensada en su cabeza, no garantiza que podamos llevarla a cabo. Porque en el momento en que uno empieza a escribir, entra en otra dimensión donde ocurren otras cosas que a veces se salen de control”, afirma el narrador y poeta Fabio Morábito (Alejandría, 1955), quien entrega su más reciente libro: Madres y perros.
Un volumen con 15 historias donde lo mismo aparece un hombre que descubre una cabeza cercenada dentro del maletín de un sordomudo, hasta un personaje que finge interés por comprar el departamento en donde vivió su infancia, con sólo el pretexto de revisar el orden actual de sus muebles; de una jugada de tenis que introduce a un hombre en la casa de una familia misteriosa, o aquel pésimo narrador que trabaja como plomero y revela la historia de otro hombre que, cuando buscó a su hija, descubrió que había muerto.
Todo eso cabe en Madres y perros, editado por Sexto Piso, donde suceden historias que contienen cierta autobiografía. “Todas estas historias parten de una verdad autobiográfica mínima. Pienso que así se escriben las historias: a partir de algo que nos ha ocurrido, que puede ser bastante insignificante, a partir de lo cual uno puede imaginar un desarrollo imprevisible y dramático”, afirma el autor de El idioma materno y También Berlín se olvida.
En este caso, Morábito perfila un libro con personajes dotados de fragilidad y misterio, quienes luchan por abandonar el terreno de lo absurdo, pero, sin saberlo, se transforman en víctimas de sus propios actos, para luego hundirse en un pantano con sabor a locura. Sus páginas son un prado donde los protagonistas advierten cierta sensación de delirio.
“La mayoría de los personajes son frágiles: no dominan lo que creen que controlan, para luego asumirse más víctimas que protagonistas.
Eso une a estas historias. La vida se burla de ellos y se demuestra que su seguridad es una apariencia”, advierte el autor.
Porque, en esencia, el cuento no sólo aspira a fijar una historia en la memoria, añade Morábito, sino a mostrarle al lector que las cosas nunca son como queremos que sean, como pretendemos, y el reflejo de ello es esa anomalía que nos arroja sobre hechos y situaciones totalmente imprevisibles.
Lo cierto es que las historias se crean muy rápido, afirma, en particular ese destello que te permite definir si existe o no un cuento. Luego viene el segundo paso: saber si yo podría contarla. “Porque podría imaginar historias interesantísimas, por ejemplo de tipo histórico —donde tengo un rechazo instintivo—, o donde se abordan entornos que no conozco muy bien. Luego vienen las dificultades.
“Porque el mayor peligro para el narrador es la abundancia de historias que interfieren al momento de contar.
¡Y eso sucede desde el primer momento!” Desde ese instante se me ocurren desviaciones que trato de reprimir, pues sé que me podrían llevar lejos. Así que no creo que un escritor sufra por carencia de imaginación, sino por abundancia de ésta. Lo que necesita es controlar esto y defender su historia, pero sin hacerlo demasiado”, concluye.