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Por humanidad
Una se pregunta el tiempo que llevará esta pareja. Un hombre al parecer de origen centroamericano y su mujer, junto a su bebé, de apenas meses, en uno de los bulevares más transitados de la ciudad. Él, brazos fuertes, figura robusta y una mirada cargada de tristeza y desesperanza, y ella, volcada hacia el pequeño que, se advierte, hace movimientos de uno a otro lado.
El bebé consigue levantar la cabeza y procura andar a gatas. Ella lo detiene con una mano. El hombre, de veintitantos años, quizá ya entrado en los treinta, ni siquiera se ha acercado a los autos. ¿Tiene confianza en que el conductor que ahora se detiene debido al rojo del semáforo, le dé algún dinero? Son varios que, notando la presencia del bebé, alargan el brazo por fuera de la ventanilla y con la expresión invitan al hombre para que se acerque.
El muchacho lo hace. Piel oscura que contrasta fuertemente con el blanco de sus pupilas; reparte sonrisas tristes y bendiciones a los conductores.
Todas las monedas van a parar a las manos de la joven. Él no se queda con ninguna. Ella las recibe con indiferencia. Cansada, agobiada por el sol, las coloca en una bolsa y continúa, con gesto triste, intentando gobernar al pequeño que insiste tenazmente en su desplazamiento. Su cabello, alborotado; sus ropas viejas, descoloridas.
Además de la sábana que cubre al chico, el espacio en el que se han guarecido, debajo de uno de los puentes vehiculares de Nazario Ortiz Garza, es ocupado por un refresco de toronja, una botella de agua, un itacate y una mochila.
¿Cuánto tiempo permanecerán aquí? ¿Cuál es el futuro para esta familia de migrantes? Como ellos, en distintos puntos de la ciudad nos topamos con muchos centroamericanos cada día, cargando únicamente una mochila y una cobija. A ratos, botella con agua, casi siempre vacía.
La Casa del Migrante en Saltillo, dirigida por el sacerdote Pedro Pantoja, es una de las estaciones en donde pueden refugiarse hombres, mujeres y niños como ellos.
Aun con ello existiendo en nuestra ciudad, sería deseable se realizara una ayuda más efectiva y sistemática hacia quienes han de cruzar por nuestra ciudad en busca de mejores condiciones de vida. El paso de los migrantes por nuestra capital se convirtió en un fenómeno hace ya unos veinte años, y con el tiempo se ha ido acentuando.
La indiferencia de un gran sector de la población, incluso el miedo que para muchos representan, debería ser mejor tratado en nuestra ciudad. Si se pudiera sistematizar, si fuese posible que más organizaciones participaran en auxilio y apoyo, así como una ciudadanía más comprometida, su paso por Saltillo sería, al menos, más amable, con menos sufrimientos.
La creación de empleos en donde se les pudiera capacitar. Una mejor disposición de la sociedad hacia ellos. Es un hecho que la historia de algunos, que llegaron y causaron daño, ha hecho que se les estigmatice en una generalización injusta, que se les tema a todos. Pero creo llegada la hora en que, como actualmente lo hacen en París, la vida de los migrantes se dignifique desde todos los sectores de la población, incluyendo a los que económicamente pueden hacerlo: la industria, por ejemplo.
En París, por el lado oficial, está por abrirse un campamento humanitario que albergará a más de 400 personas. La alcaldesa Ann Hidalgo expresó que el campamento está diseñado hacia los grupos más vulnerables. Estará ubicado en antiguos terrenos de un ferrocarril, el bulevar Ney. Con esto se reducirá el número de personas migrantes que duermen en las calles o en campamentos improvisados.
Hoy el mundo vive este fenómeno y enfrenta la dureza de la situación de desamparo en que se encuentran quienes han de dejar su país de origen para sobrevivir. En nuestra ciudad no podemos abstraernos humana y éticamente de las circunstancias trágicas que los persiguen. La ayuda que se pueda organizar en su beneficio, en la que participen las instituciones de derechos humanos, además de la Casa del Migrante que ya lo hace, así como la sociedad en su conjunto, es lo que haría la diferencia.