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Mirador 10/10/16
El rey Cleto, calvo de solemnidad, le exigió a San Virila un gran milagro.
–Haz que me salga pelo –le ordenó.
San Virila, respetuoso de la autoridad civil, prometió cumplir ese mandato.
Aquella misma noche el soberano fue a la cama. Cuando se desvistió para ponerse el camisón su esposa, la reina, lanzó un agudo grito y luego prorrumpió en una sonora carcajada. Sucedió que las reales nalgas del monarca estaban cubiertas por una hirsuta pelambrera que lo hacía parecer macaco.
El rey Cleto, furioso, hizo traer a San Virila. Le preguntó, iracundo:
–¿Por qué hiciste eso?
Respondió el frailecito:
–Vuestra majestad me ordenó hacer que le saliera pelo, pero no me dijo dónde.
Fue entonces cuando el rey Cleto aprendió que los milagros hay que pedirlos con cuidado.
¡Hasta mañana!...