Nuestros muertos

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Nuestros muertos

La muerte es uno de los grandes misterios que nos rodea. Para las personas de fe, nuestros cuerpos mueren, pero nuestras almas nunca

Me parece que fue ayer cuando junto a mi hermano Sol y mi primo Juan acompañábamos a mi abuela Fidela al panteón de Monclova en el Día de Muertos. Nosotros ya sabíamos que ésa sería una larga jornada, así que luego de ayudarla a limpiar, regar y colocar flores en la tumba de mi abuelo, comprábamos caña de azúcar y nos aventurábamos a encontrar la lapida con la inscripción más antigua de todo el cementerio.

Confieso que me resultaba curioso que la muerte uniera más que la vida, pues justo en ese día todos mis tíos y tías visitaban el lugar, y fue justo ahí que mi abuela me contó sobre sus muertos, nuestros muertos. Me remitió a la historia de sus padres y abuelos y las dificultades que pasaron para sostener a su familia a principios del siglo pasado en Cuatrociénegas. Nos decía que en sus tiempos era muy común que los niños murieran a causa de enfermedades que hoy se previenen con una vacuna. Que la muerte era parte de la vida y que se platicaba de ella en casa como algo inevitable, cercano.

Pero aún así, yo observaba a la muerte como algo extraño, lejano. Como si tan sólo dejara de ver a un ser querido. Así sucedió con mi abuelo don José Guadalupe, el padre de mi madre, cuando murió en la tarde-noche del 24 de diciembre. Curiosamente, él había nacido el Día de los Muertos. La muerte de “Papá” causó tal impacto en la familia, que durante muchos años dejamos de celebrar la Navidad, porque la fecha que para los creyentes significaba la vida, para nosotros representaba la muerte.

Pasaron 37 años y murió mi abuela, la “bis” para mis hijos. Todavía recuerdo cuando meses antes de su partida le conté: “Mamá, por fin conocí la tumba de Lenin”. Ella lloró, me tomó de las manos y me dijo: “Ése fue el sueño de tu abuelo, pero tú se lo acabas de cumplir”. Mi abuelo había fundado el Partido Comunista. 

A “Mamá” la sepultamos junto a “Papá” en lo que fue una extraña tarde en Monclova, pues hacía un intenso frio y llovía en una ciudad que promedia los 40 grados Celsius. Su adiós no causó ninguna sorpresa, pues la maldita diabetes había hecho su trabajo durante años. Después de eso han muerto primos, tíos y amigos muy queridos, quizás un recordatorio de que la muerte viene.

La muerte, al igual que la vida, es uno de los grandes misterios que nos rodea. Para las personas de fe, nuestros cuerpos mueren, pero nuestras almas nunca. Hechos a imagen y semejanza de un Dios al que consideran eterno, esa misma eternidad a la que van al morir. Para otros, luego de la muerte está la nada, tan sólo la oscuridad.

Pero los tiempos cambian y muchos olvidan que la muerte viene siempre, incesante.  Que un día más en tu vida, es también un día menos. Algunos incluso, pretenden creer que no existe y que los que se mueren son los demás y jamás ellos. Se creen inmortales, eternos y, como tales, hacen planes a largo plazo, seguros de que van a despertar mañana pues hay mucho que hacer o deshacer.

Evitan hablar del tema, pues eso atenta en contra de los valores que se han autoimpuesto. ¿Socializar el tema? Eso jamás. Desconocen a la muerte como parte fundamental de la vida. Sienten ansiedad y se preocupan tratando de entender si la vida termina con la muerte, si jamás volveremos a ver a quienes amamos y si acaso la vida humana tiene un propósito y significado.

En lo personal, sé que la muerte va a llegar más temprano que tarde así que cuando mi hijo cumplió 12 años, le dije: “Mira, Rodrigo, en este cajón y en este sobre está el contrató que celebré con el cementerio y la agencia funeraria. Cuando me muera, se los entregas y te pido que tú personalmente arregles todos los detalles de mi funeral”. Le expresé mi deseo sobre la forma en que deseo se lleve todo a cabo, un evento que por supuesto no incluyen los ritos y costumbres en los que no creo ahora que estoy vivo, así que mucho menos muerto.

¿Me quiero morir ya? Por supuesto que no, pero sé que vivir y morir son tan comunes como iguales y que la vida ocurre ahora y sólo en este momento y no en un futuro que nadie tiene asegurado.

Así que mientras llega la muerte, disfrutemos la vida y recordemos a nuestros muertos entendiendo lo que decia el poeta manchego Antonio Machado: “La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos”.

@marcosduran