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Las generaciones de Coahuila ante el ‘moreirato’
Decir que la corrupción en México es un hecho “cultural”, hacer tabla raza de todos los políticos, decir que “todos son iguales”, hace el juego al régimen corrupto porque siembra desaliento. Los ciudadanos demócratas estamos obligados a separar el grano de la paja, a pensar críticamente y con independencia.
El 23 de marzo de este año titulé mi columna “Sabiduría y colmillo vs. Opacidad y cinismo”. Me refería a la labor ciudadana que han emprendido, en paralelo, Rosendo Villarreal Dávila y Armando Guadiana Tijerina.
Su tarea, alejada del populismo y de las rabietas de algunos políticos de oposición, ha sido constante, tesonera y ha tenido avances palpables, contrasta con una demagogia que no conduce a nada, que ni siquiera molesta al adversario, el corrupto Gobierno de Coahuila.
En marzo, me motivó una nota sobre la irritación que las acciones de Villarreal y Guadiana causaban al siniestro asesor de Rubén, David Aguillón. Han pasado siete meses y el Gobierno sigue igual, aunque los escándalos y la corrupción crecen y, por momentos, ya ni sorprenden.
Ante lo evidente, el PRI saca de la manga las únicas dos cartas que le quedan: 1. Negarlo todo, como si se pudiera tapar el sol con un dedo. Cinismo liso y llano como estrategia electoral y de Gobierno, aunque la corrupción siga ahí y en la era de las redes sea tan difícil esconderla. El paso del tiempo sin castigo juega a su favor, pero persiste en la ciudadanía el mal sabor de boca. 2. Como no pueden convencer a la sociedad de que son pulcros y honestos, esgrimen una de las estrategias favoritas del autoritarismo corrupto: calumniar a sus verdaderos adversarios. A la voz de “la corrupción es un fenómeno cultural”, “todos somos iguales”, “todos somos corruptos”.
En una semana el régimen decidió atacar a Rosendo Villarreal y a Armando Guadiana. Intentó salpicarlos de una corrupción que corresponde por entero al “moreirato”, porque nació, creció y se multiplicó con ellos. Sus ataques, sin sustento alguno, se suman al anecdotario de sus intentos fallidos por desprestigiar, desde el Gobierno, a los verdaderos adversarios.
Como sabemos, los medios coahuilenses oficiosos, totalmente desprestigiados, ya no les sirven de gran cosa, por eso acudieron en esta ocasión a un medio dispuesto a hacerles el trabajo sucio desde el plano nacional. Las calumnias a Rosendo se desvanecieron en los detalles que descuidó el cuartel central del “moreirato”; mientras que el intento de desprestigiar a Guadiana fue tan absurdo y ridículo, que hasta puede beneficiarlo en su carrera hacia la gubernatura.
No deja de sorprenderme que Rosendo y Guadiana, parte de una generación que creíamos en el retiro, sean quienes impulsan la democracia y la rendición de cuentas con mayor eficacia y contundencia, esto me da gusto y tristeza a la vez.
Me da gusto porque están dándonos un ejemplo de vida y lucha sin precedentes en Coahuila. Un priísta reconoció en privado hace años: “lo mejor de Rosendo es su capacidad de indignación”. Son ellos dos los que incomodan y ponen a temblar al tirano, lo cual prueba que la autoridad moral no ha pasado de moda.
Como ciudadano coahuilense les estoy muy agradecido, son un ejemplo para mí y para mis hijos.
Me entristecen y preocupan las nuevas generaciones, los que andamos entre los veinte, los cuarenta y los sesenta años. ¿Dónde estamos?, ¿Qué estamos haciendo? Los políticos de esas edades palidecen frente a los retos del momento. En el PRI, puros graduados en la escuela del borreguísimo, nada se puede esperar de ellos. En la oposición, en la ciudadanía, ¿dónde estamos? Buscando acomodarnos y a cómo darnos.
El tirano y sus vasallos ni siquiera voltean a vernos. Para los corruptos en el poder, la falta de líderes coahuilenses que luchen por la democracia, es su mejor seguro de vida. Si no queremos meternos con la política, que no nos sorprenda cuando la política se meta con nosotros.
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