Usted está aquí
Azúcar amargo
Acuñado hace más de tres mil años por Areteo de Capadocia, en la antigua Turquía, el término diabetes deriva del griego diabaínein, que significa “paso grande, caminar o estar de pie con las piernas en pedazos”. En 1675, el médico inglés Thomas Willis le agregó a la diabetes la palabra mellitus, del latín “miel” o “meloso”.
Aunque la diabetes ha sido reconocida desde la antigüedad, el tratamiento y su origen se entendieron hasta 1910, cuando el doctor inglés Edward Albert Sharpey-Schafer sugirió que las personas con diabetes eran deficientes en un producto químico que se produce normalmente en el páncreas. Propuso llamar a esta sustancia “insulina”, palabra que proviene del latín insula, que significa “isla”, esto en referencia a los islotes de Langerhans del páncreas.
Antes de la aparición de la insulina, a la diabetes mellitus se le consideraba como una sentencia de muerte. Y ahí reside la importancia del descubrimiento que hicieron en 1921 los doctores Frederick Grant Banting y Charles Best Herbert cuando la crearon de base animal, un descubrimiento que valió a Banting ganar el Premio Nobel de Medicina en 1923. Banting y Best hicieron pública la patente y como resultado de eso, la producción y aplicación se extendió rápidamente por todo el mundo.
Banting es honrado con el Día Mundial de la Diabetes que se celebra el día de su cumpleaños, el 14 de noviembre, e incluso ayer Google publicó en su portal un doodle en su honor. Décadas más tarde, el científico mexicano Francisco Bolívar trabajó con la compañía Genetech para producir insulina humana utilizando técnicas de ADN recombinante. El resultado fue la creación del medicamento Humulin, primer producto farmacéutico producido por ADN.
La diabetes mellitus es una enfermedad que de dulce o melosa sólo tiene el nombre, pues es la responsable de padecimientos como la ceguera, enfermedades renales, fallos cardiovasculares, derrames cerebrales y la amputación de extremidades como sus efectos. Probablemente el filósofo griego Heráclito tenía razón cuando decía que “La salud humana es un reflejo de la salud de la Tierra”.
Y es que de acuerdo a datos de la Organización Mundial de la Salud, la diabetes afecta a 346 millones de personas en todo el mundo y lo más grave es que muchos aún desconocen sus síntomas, factores de riesgo, complicaciones y sus posibles tratamientos. En México, la diabetes es la principal causa de muerte: 14 millones la padecen y 84 mil fallecen anualmente a causa de ella. Además, 400 mil mexicanos son diagnosticados cada año, lo cual tiene un significado epidémico pues tiene un crecimiento de un 30 por ciento en las últimas dos décadas.
La causa es muy sencilla: un incremento notable en la obesidad y el sobrepeso de los mexicanos. Con 7 de cada 10 mexicanos padeciendo sobrepeso u obesidad, se vuelve increíble el que una encuesta publicada hace unos días por el INEGI revele que el 75 por ciento de los encuestados ven “poco probable” desarrollar diabetes.
Cada uno de nosotros tenemos a alguien cercano que padece o padeció diabetes. Mi abuela Fidela o doña “Sugar”, como algunos la conocían, sufrió la enfermedad por más de 30 años hasta que sus efectos terminaron con su vida. Mi suegro, el padre de mi esposa Sandra también sufre y vive todos los días con la diabetes.
Tres mil años han pasado desde que Areteo de Capadocia se refiririera a la diabetes como “la misteriosa enfermedad y quien la sufría tenía una vida corta, desagradable y dolorosa”.
Pero hoy, gracias al trabajo de generaciones de científicos, tenemos la insulina y desarrollos tecnológicos que miden los niveles de azúcar en la sangre. Se han producido alimentos sin azúcar y otras innovaciones médicas que han hecho más fácil la vida para los diabéticos.
Pero aunque parecería increible, una de las mejores fórmulas para atender uno de los tipos de diabetes fue escrita por el padre de la medicina, Hipócrates en su tratado “Hippocratium Corpus” publicado en el siglo I A.C. La receta era sencilla: “Que tu alimento sea tu única medicina”. La frase fue fortalecida 20 siglos más tarde por el biólogo y filósofo japonés Masonobu Fukuoka cuando dijo: “La alimentación y la medicina no son dos cosas diferentes: juntas forman la cara y la cruz de la misma moneda”.
@marcosduran