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Mirador 23/12/16
Mi ciudad estrenó ayer un invierno que no parece invierno. Lucía el sol, radiante, y un cielo azul sin nubes parecía un mar en calma sobre el mundo.
Yo dejé que mis pasos me llevaran a donde quisieran. Y me llevaron por la calle del General Cepeda hasta la plazuela que llaman todavía del Instituto Madero.
Aquí, la casona saltillera donde estuvo la Escuela de Leyes fundada por ese santo laico que fue don Francisco García Cárdenas. Allá, el lugar que ocupó la casa del zapatero Trigio, que lo mismo enderezaba torceduras que enseñaba a los pájaros canoros a gorjear “Sobre las Olas”. Más allá, el chalet morisco de las señoritas Peña. La menor de las tres tenía 85 años, y era la que salía a hacer las compras. Su hermana mayor –97 años– se afligía cuando tardaba en regresar, y le preguntaba con inquietud a la otra: “¿Por qué se está tardando esa chiquilla?”.
En la placita Madero se ponen en diciembre los vendedores de cosas de la Navidad. Ahí puedes encontrar pinos, heno, musgo, portales y figuras para el nacimiento. Yo me compré tres: un Niño Dios moreno –“También tengo güeritos” –me informó la vendedora–; una tortillera de rodillas ante el comal, y un inusitado pescador con su red llena de peces.
Mi mujer me preguntará: “¿Dónde los vas a poner?”. Contestaré: “En mis recuerdos”.
¡Hasta mañana!...