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Mirador 24/12/16
Me habría gustado conocer a don Belem Ramos, juez de paz en Navolato, Sinaloa. No tenía saber de escuelas, pero era dueño de sabidurías de vida. Por eso sus sentencias dejaron memoria imperecedera.
Cierto día se presentaron ante él un hombre anciano y su hijo. Ambos confiaban en su buen juicio, y le pedían que dirimiera un conflicto que había surgido en ellos. La nueva casa en que habían ido a vivir era de dos plantas, y uno y otro querían ocupar la de arriba. ¿Podría el señor juez resolver esa cuestión?
Don Belem le preguntó al muchacho:
–¿Eres católico cristiano?
–Lo soy –respondió él.
–Entonces –le ordenó el juez– persígnate en voz alta.
Empezó el muchacho:
–En el nombre del Padre…
Y se llevó la mano a la frente. Continuó:
–Y del Hijo…
Y se llevó la mano al pecho.
–Hasta ahí –lo interrumpió el juez–. Como ves, el padre va arriba, y el hijo abajo.
Me habría gustado conocer a don Belem Ramos. Sabía cosas de las que en la escuela no se aprenden.
¡Hasta mañana!...