Un hombre nuevo

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Un hombre nuevo

Su idea, la idea de la generación a la que pertenece, era que si existía un cambio en las relaciones de producción, nacería un hombre nuevo. Un hombre que fuese entonces más tolerante, más bueno, que compartiera con los demás, que fuese capaz de entenderlos, que tuviese una fe firme en el ser humano mismo.

“Nos equivocamos”, así lo ha asumido el propio José Mujica, el expresidente uruguayo, en entrevistas y conferencias. No era tan simple un resultado así: que con el hecho de transformar las relaciones de producción inmediatamente surgiera un ser humano perfecto.

“Pero creíamos en algo”. Habían fincado su esperanza en que todo era posible, estaban convencidos de que creyendo en esa bella posibilidad, las relaciones entre los seres humanos fuesen tersas y solidarias. Humanas, pues.

Mujica y los miembros de su generación hubieron de constatar, luego de años de lucha, que no existe el ser humano puro y bondadoso, pero mientras creyeran, mientras tuvieran la fe firme puesta en ello, por algo iban a luchar. Y lo hicieron. “Creer en algo te hace un ser humano fuerte; no creer, en uno débil”, asegura Mujica, que llamó la atención internacional por su modesta forma de vida; por su pensamiento netamente social, sin que la ambición fuese la guía de sus acciones; por la inteligente apertura en sus opiniones y la determinación de enfrentar con decisión el mal que corrompe a sistemas gubernamentales y sociales: la corrupción.

Su historia atrajo a los medios internacionales, que se abocaron de inmediato a hacerle entrevistas y documentales. Luego de haber participado en política en su juventud, participó en acciones guerrilleras del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros en la década de los 60. Enfrentados por el Gobierno y ya en la clandestinidad, continuadas las acciones como guerrillero, fue herido y apresado en cuatro ocasiones. Aunque un par de veces escapó de la prisión, en total suma más de una decena de años en ella.

Mujica conoció así de cerca el mundo al cual lograría entender para enfrentar la violencia que se generaba en su país, a propósito del narcotráfico: “Ahí yo vi que aun siendo delincuentes, existe entre ellos códigos; existen valores que se respetan, muy distinto para el caso de narcotráfico”. Sobre este último, habría de tomar decisiones siendo ya Presidente de Uruguay.

Una de las facetas de Mujica que conquistó desde un principio las miradas y mucho la simpatía de los jóvenes es la claridad con que expone lo que piensa acerca de cómo se degradan los intereses de la sociedad, quedando por debajo de los generados por el consumo; el valor del mercado, por encima de la gente. El dinero por arriba de las necesidades de los más necesitados y por encima incluso de los propios intereses. “Creemos que la felicidad existe entre más y más tengamos. Así, nos pasamos la vida instalados cómodamente en una sociedad de consumo y trabajamos para poseer una y otra cosa, sin tener tiempo para los nuestros. Sólo tenemos una vida y la desperdiciamos en trabajar para poseer, no para amar”. Esa sociedad de consumo, “flor carnívora”, como la calificara Herbert Marcuse.

El mismo Mujica vive en una pequeña finca rural, y ahí lo hizo durante su mandato, dejando sin ocupar la Residencia Presidencial de Suárez y Reyes, a la que se le reservó en exclusiva para actos derivados de su quehacer gubernamental. Dedicó un gran porcentaje de su sueldo en obras de filantropía, colaborando en proyectos contra la pobreza.

Su pensamiento moderno en relación al tema de los homosexuales es también contundente: “Particularmente, no lo soy. Pero, ¿qué derecho tengo a desacreditar o a incriminar a quien tenga inclinaciones dentro de su mismo sexo?” Un ser humano que en un mundo hostil se levanta valientemente contra la ideología y la acción diferenciadora, la que acusa, la que discrimina, la que obliga.

Para este fin de año, vale la pena reconocer en hombres como Mujica la estatura moral con que se miden los seres humanos. Vale la pena, en tiempos como los que vivimos hoy, donde el consumismo salvaje, el rechazo hacia el otro y la falta de solidaridad campean en el mundo con una enorme y aterradora facilidad.