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La dupla perfecta
Dean Martin y Jerry Lewis se conocieron en 1945.
La amistad fue instantánea, casi un flechazo. Al año siguiente, el crooner y el comediante iniciaron una de las más lucrativas sociedades artísticas del siglo 20.
La rutina básica de la dupla consistía en los inútiles esfuerzos del baladista por interpretar algún tema de su repertorio contra las impertinencias de su guasona contraparte.
Ya sabe: el artista que “se toma demasiado en serio” y el entrometido infantiloide que no deja de interrumpir para deleite del respetable.
Quizás el éxito radicaba en que Martin poseía una auténtica vena cómica, mientras que Lewis no carecía en absoluto de oído musical. Así que, aunque en apariencia tenían sus especialidades muy bien delimitadas, uno y otro sabían perfectamente lo que era estar en los zapatos de su colega.
Pero al cabo de una década de cabaret, radio, cine y televisión, la relación sufrió un desgaste y una separación un tanto amarga (Martin resintió hacia el final que todo estaba puesto para lucimiento de Lewis).
Lo cierto es que luego de unos pocos años se reencontraron para retomar su amistad justo donde la habían dejado y, aunque ya fueron contadas las veces que compartieron escenario, siempre lo hicieron con sincero gusto, ya que en el plano personal se quisieron y procuraron hasta la muerte de Martin en 1995.
Aquel viejo acto arquetípico del inigualable dúo sería replicado incontables veces. Su influencia más notable en México la tenemos en César Costa siendo previsible e invariablemente interrumpido por el Magazo.
Somos muy afortunados cada vez que dos talentos de la talla de Martin y Lewis coinciden, pues entra en juego tanto el azar como la voluntad.
Si no me creen pregúntenle al ex-Gobernador, expresidente del CEN del PRI, exindiciado de la justicia española y exempresario del dulce ramo de la jalea y las mermeladas, el profesor Humberto J. Moreira Valdés (en realidad no tiene nombre intermedio, pero apuesto a que lo saqué de onda).
Desde los últimos días de 2016, el profesor ha buscado sin mucha suerte al socio ideal para su número.
El acto de “El Profe”, le recuerdo, es que le vayan colocando las preguntas a modo para que luego él, con su natural chispa, su ingenio desbordado, su picante locuacidad, responda con cualquier sofisma o batiburrillo que, sin embargo, lo haga aparentar tener tanto el don de la elocuencia como la razón.
Para ello, el maestro que jamás pisó un salón y fue pensionado con todos sus privilegios docentes necesita de un entrevistador que conozca lo mismo el guion como su plan maestro. Pero “El Profe” también requiere que su colega tenga un mínimo, un ápice, un suspiro de credibilidad.
Tratando de posicionar su discurso de cara a la siguiente elección, el favorito de la Revista Forbes le ha apostado a la difusión viral de un paquete de entrevistas en video en las que se defiende de la directa responsabilidad que se le imputa sobre la ruina financiera del Estado que una vez tuvo a mal desgobernar.
En estas entrevistas desconoce la megadeuda y la llama “megainversión”.
Reta a quienes se quejan de la falta de transparencia administrativa en el Gobierno, arguyendo que sólo pueden querellarse por el endeudamiento quienes lo estén pagando de su bolsillo, y que eso sólo lo puede demostrar aquél que sea capaz de mostrarle un “ticket” donde se le hace el cobro correspondiente.
También hace alarde de virtuosa austeridad. Según él, que pagaba una lujosa residencia en la zona más cara de Barcelona, ahora vive con estrecheces.
Y reprende a su hermano, el actual Gobernador, por su falta de sensibilidad para ejercer el cargo que una vez le dio a él luz verde para hacer Ley de su más arbitraria voluntad.
Como verá, no es mucho lo que se puede hacer por el razonamiento de Humberto. Sería una total pérdida de tiempo, tinta, espacio, palabras y esfuerzo debatir contra tan pueriles y psicóticas argumentaciones.
Además, su mensaje ni siquiera va dirigido a usted o a mí, que sí terminamos la secundaria, sino a los más empobrecidos de sentido crítico y cultura cívica.
En cambio, lo que necesita con desesperación Humberto es una suerte de payaso con micrófono, pero con cierto aire de seriedad que haga que sus gansadas parezcan medianamente verosímiles.
No es un asunto de precio, ya que hay muchos que por una fracción de lo que solía pagar Humberto se entregarían gustosos a esta chamba. Se trata de encontrar en alguien del gremio periodístico esa cualidad que, gracias a los reiterados pecados del oficio, ahora parece tan escasa y extravagante.
Necesita “El Profe” su mancuerna, su perfecta dupla cómica, pero no parece haber nadie a la altura de este bufón de bajísima estofa.
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