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Algo rutinario
Era sólo una cuestión de tiempo.
No sé si esté usted de acuerdo conmigo (no tiene por qué estarlo), pero para mí sólo era una cuestión de tiempo.
Tengo muchísimos años esperando el primer evento de esta naturaleza en nuestro país, no porque tenga un especial don para la anticipación o habilidades precognitivas, sino porque era consecuencia lógica en una sociedad que se empeña en parecerse en todo a su vecino del norte, el cual tiene una nutrida historia propia en actos de violencia arbitraria.
Hasta podríamos copiarnos su protocolo para estos casos: qué decir y qué no decir en redes sociales; qué imágenes compartir y cuáles son demasiado explícitas y de mal gusto; qué cobertura noticiosa deben ofrecernos los medios informativos; y qué pronunciamientos y compromisos harán nuestros gobiernos y autoridades escolares para que “esto no se vuelva a repetir”.
Se los aseguro, el guion ya está escrito desde hace mucho tiempo. Hasta el saliente Barack Obama lo reconoció cuando tuvo que expresar condolencias por el enésimo hecho sangriento civil que tuvo que afrontar en su administración: “Somehow this has become routine. The reporting has become routine. My response here, from this podium, has become routine”. Y no podía estar más en lo cierto.
Bueno, para nosotros no es rutina, sino una trágica novedad, pero descuide, no coma ansias que como ya dije al inicio, es sólo una cuestión de tiempo.
Como ya se habrá dado cuenta no sólo soy cínico, sino bastante pesimista al respecto. Lo siento, pero honestamente no puedo ser de otra manera luego de ver las reacciones y dictámenes del más atribulado, sorprendido, dolorido y, por supuesto, el más preocupado sector de todos: los padres de familia.
Para ellos, por supuesto, los culpables son los videojuegos, la pérdida de los valores cristianos, la televisión, la música, las malas amistades, las drogas, cualquier agente externo al hogar. A juzgar por sus comentarios, como padres ellos siempre lo han hecho estupendamente bien.
Tan bien como seguramente lo estuvieron haciendo los padres del responsable –o de los responsables– de esta nacional consternación que ayer sumió a los internautas en un estado de media asta. Porque puedo casi asegurarle que fueron ellos los primeros y más sorprendidos de todos.
Lamento, le repito, ser tan pesimista. Pero pese a las cadenas de oración que decida compartir, pese a sus plañideros reclamos a la justicia, pese a todos sus pronunciamientos por la recuperación de nuestros viejos buenos valores tradicionales, esto volverá a ocurrir y con una frecuencia tal que cada vez será más difícil asombrarnos. Porque virgen sólo se puede ser una vez, y ayer, en este estricto contexto, dejamos de ser vírgenes para siempre.
Volverá a ocurrir no porque yo lo diga, por supuesto, pero tampoco dejará de hacerlo porque sea el mejor deseo de la colectividad. Ocurrirá porque, como ya le dije, estaba cantado desde hace décadas, los ingredientes estaban todos presentes y las condiciones dispuestas, y seguirán estándolo porque sin importar nuestro azoro, nuestro desencanto o nuestro horror, seremos esencialmente los mismos: personas que claman por valores en la misma red social en la que le rinden culto a lo más mezquino, ordinario y superficial de sus vidas. Esa misma red social en al que hemos cultivado una demanda insaciable de atención misma que (felicidades) ya le transmitimos exitosamente a la siguiente generación.
No piense por un momento que me estoy regodeando con este asunto, pero creo parte de mis obligaciones el ofrecer el punto de vista más alternativo que me sea posible y sé que sumarme a las plegarias y adherirme a los “me dueles, México” me parece lo más insulso, trivial, fútil e improductivo del mundo.
Pongo en entredicho las expresiones solidarias. Discúlpeme, pero no las compro. Lo mismo que las oraciones que se elevan y piden para esta causa, me parecen todas gestos hipócritas, si hemos abrazado este desenlace, este destino desde los tiempos en que estuvimos a tiempo de evitarlo.
Querremos hacer muchas cosas ahora que ya es tarde, pero descubriremos que no resta sino comenzar a incorporar un montón de palabras y lugares comunes a nuestro vocabulario y agenda cotidiana. El tiempo, ya lo dijimos, se encargará de volver todo ello algo cada vez menos extraño, menos ajeno. A partir de hoy, algo rutinario.
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