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Mirador 31/01/17
Cae la tarde. Elvirita Arocha está sentada en su silla de Viena frente al abierto ventanal de la sala de su casa, en la calle de Santiago, de Saltillo.
¿Qué edad tiene Elvirita? Difícil es decirlo. Igual puede tener 30 años que 50. Soltera, vive sola. Tiene perdida la razón, pero su locura es mansa y aun poética. A todo mundo dice que es novia de Carlos Pereyra, y que su enamorado llegará a las 8 a platicar con ella en la reja. Por eso se ha puesto su vestido blanco; por eso se ha pintado con polvos de arroz y colorete; por eso se ha hecho el peinado de bandós.
Y Elvirita Arocha espera, espera, espera. Dan las 10 de la noche cada noche, y el galán no llega. ¿Cómo puede llegar, si Carlos Pereyra, el ilustre historiador, está en Madrid, casado con María Enriqueta Camarillo, la célebre escritora? Al sonar las 10 campanadas en el reloj de la cercana catedral, Elvirita cierra la ventana, apaga la luz y se va, triste, a su alcoba de doncella.
Elvirita se preocupa. La mañana siguiente comparte su inquietud con las vecinas. ¿Qué le habrá pasado a Carlos, que no vino anoche? Ellas la tranquilizan: “Ya vendrá, Elvirita. Ya vendrá”.
Y otra vez esa noche, igual que todas, Elvirita se sienta en su silla de Viena frente al abierto ventanal de su casa. Y espera, espera, espera…
¡Hasta mañana!...