Hace unos días vi un ave que volaba por el cielo de Saltillo. Era un halcón de los que se llaman “papaloteros”, pues  son capaces de mantenerse suspendidos en un punto del aire, agitando las alas. A ese movimiento la gente lo llama “papaloteo” porque semeja el vuelo de las mariposas. La mariposa en náhuatl se llama “papálotl”; de ahí que a las cometas los niños de por acá les digan “papalotes”.         

Con majestad volaba aquel milano. Bien vistas las cosas, todo lo que tiene que ver con la Naturaleza es majestuoso, desde los microorganismos y cosas aún más pequeñas hasta el Sol y cosas aún más grandes. La Naturaleza es la forma visible de la vida -la forma invisible de la vida se llama Dios-, y ante ella deberíamos ponernos de rodillas en actitud de adoración. Y también de penitencia, pues tanto hacemos para destruirla. Pero la vida no se deja vencer, y por encima de todo sigue viva. La presencia de un milano sobre una mancha urbana -¡qué bien puesto está ese nombre: “mancha urbana”!- nos muestra la supervivencia de las cosas naturales a pesar de su enemigo mayor: el hombre.

Hace unos años, o sea ayer, fui a visitar a la pintora Elena Huerta en su casa de Monterrey. Vivía esa gran artista en una colonia que está en las faldas del Cerro de la Silla, por la parte que mira hacia el Oriente. Dos cosas me hacen evocar esa visita. La primera, que Elenita sacó en mi honor -así me dijo- un precioso y antiguo samovar que trajo de su primer viaje a Rusia, cuando Rusia era todavía la Unión Soviética. Elena Huerta formó parte de aquella insigne agrupación llamada LEAR, acrónimo de las palabras “Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios”. A esa organización pertenecían hombres y mujeres de arte identificados con las doctrinas comunistas. Especialmente los grabadores, tan preocupados por las causas populares, se reunieron en la LEAR. Elena Huerta era una extraordinaria grabadora: recuerdo una exposición de sus trabajos en la Preparatoria Uno de la Universidad Autónoma de Nuevo León. La colección de grabados de aquella artista saltillense fue todo un testimonio social.

Pues bien: por su trabajo de artista y por sus convicciones la maestra viajó a la URSS, y ahí vivió durante mucho tiempo. A su regreso trajo consigo ese samovar. En la visita que le hice me sirvió el té preparado en aquella bellísima pieza del siglo antepasado.

Por otra cosa recuerdo también esa ocasión. Salí ya noche de la casa de Elenita, y al ir por las calles de su colonia en mi automóvil vi de pronto un coyote que merodeaba entre las casas. Bien conocida es la capacidad de adaptación del coyote, pero ver a uno campando en plena zona urbana, entre los perros y los hombres, sus mayores enemigos, me hizo pensar en la fuerza de la vida natural.

Por eso no soy un pesimista. Pienso que la Naturaleza jamás será destruida por el hombre. El milano que vi papaloteando, y aquel desfachatado coyote citadino, me dijeron otra vez que al final triunfará la vida por encima de todas las amenazas, incluida la mayor: nosotros los humanos.