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Mirador 09/02/17
Nunca supo Praxíteles lo que hizo cuando labró la estatua de Afrodita.
Todos los atenienses se prendaron de ella. Por su causa los jóvenes llegaron con anticipación a la edad del amor, y los viejos la prolongaron unos años más. Las mujeres de la ciudad vieron en ella a su enemiga, y la odiaban en vez de odiar al escultor. Muchos hombres, enamorados de la efigie, abandonaron a su esposa y dejaron de buscar el pan para sus hijos.
La estatua parecía darse cuenta de los efectos que provocaba. Con la primera luz del sol su mármol adquiría tonalidades rosas, y quienes tocaban la piedra aseguraban que estaba tibia.
Los arcontes de la ciudad ordenaron a Praxíteles que destruyera su obra, pues por su culpa los hombres se daban muerte unos a otros o se suicidaban, y las mujeres se volvían locas de celos. El escultor, llorando, hizo pedazos la estatua. Cuando acabó de destruirla cayó sin vida junto al mármol muerto.
De esto que he narrado dan constancia historiadores de la talla de Heródoto, Tucídides y Jenofonte. Se dice que mojaron en lágrimas su estilo cuando escribieron acerca del suceso.
¡Hasta mañana!....