Mirador 15/02/17

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Mirador 15/02/17

John Dee era respetado por su sabiduría, tanto que el rey le permitió negarse a participar en el debate a que convocó para dilucidar si el purgatorio era líquido, sólido o gaseoso.

Cuando el filósofo iba por la calle los hombres se descubrían y las mujeres le hacían una profunda reverencia. Sin embargo apartaba la mano si un niño se la quería besar. Le decía:

“Jamás beses otra mano que la de tu madre, que te dio la vida, o la de tu padre, que trabaja para darte el pan”.

Aun así, objeto de la admiración de todos, John Dee tenía la sencillez de un campesino. Solía declarar: “Hay muchos que saben más que yo, y muy pocos que saben menos que yo”.

Reconocía el saber de su esposa, pese a que era mujer de humilde condición, hija de un molinero y una lavandera. De ella decía: “Yo sé de los libros; ella sabe de la vida”.

Quizá por eso John Dee era respetado. Tenía la suprema virtud de la humildad, que salva del supremo pecado, la soberbia.

¡Hasta mañana!....