Mirador 01/03/17

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Mirador 01/03/17

Antonio de Valencia, óptimo maestro, gozaba de insigne fama por su sabiduría. Tuvo amistad cercana con los tres hombres más eruditos de su tiempo: Erasmo de Rotterdam; Luis Vives, su paisano, y Guillaume Budé, fundador del Colegio de Francia.

Nadie tenía en España tantos libros como él. Ni siquiera Nebrija pudo allegarse tantos. Poseía valiosos palimpsestos; fue dueño de los primeros códices llegados de las Indias; tenía copia de raros manuscritos opistógrafos; coleccionaba hasta las coplas que el pueblo escribía en hojas volanderas.

Un día don Antonio conoció a una muchachilla de cuerpo complaciente y se prendó de ella. Por cumplirle sus antojos se empobreció y hubo de vender sus libros.

¿Ha de extrañar eso en un enamorado?

Sus amigos se preocupaban. Le decían:

–Ya no tienes libros.

–Sí los tengo –respondía–. Ahora soy dueño de los dos más importantes: el amor y  la vida. Antes despreciaba yo esos libros, pues no los entendía. Ahora los entiendo y los amo. El amor nos hace entender todos los misterios de la vida.

Y sonreía don Antonio al decir eso.

¡Hasta mañana!...