Mirador 04/03/17

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Mirador 04/03/17

Anoche soñé otra vez contigo, Terry, amado perro mío.

Fíjate bien que digo: “soñé otra vez contigo”, y no: “te soñé”. Es que creo que cuando  yo te sueño tú también me sueñas. Tanto nos quisimos que, estoy seguro, nos soñamos a la vez los dos.

Soñé que íbamos por el campo donde los girasoles nacen con la primavera. Nos daban la espalda esas solares flores, pues volvían el rostro a donde sale el Sol, y nosotros caminábamos hacia él. De pronto surgió el astro, radioso, entre los dos picachos de Las Ánimas. Tú, Terry, te detuviste al verlo y luego —cosa que me dejó asombrado— meneaste la cola, que es la forma en que los perros sonríen.

Pensé que te alegrabas por la vida, por la luz de la mañana, por la flor. Pensé también, egoístamente, que te alegrabas por mí, tu compañero en el camino. Vimos a los girasoles, y ellos nos miraron. Y todos fuimos uno: las flores, el Sol, la montaña, tú y yo.
Suéñame, Terry, igual que yo te sueño. Vivimos cuando soñamos. Y soñamos cuando vivimos.

¡Hasta mañana!...