Mirador 08/03/17

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Mirador 08/03/17

La higuera de la casa paterna echó ayer sus brotes primerizos.

Las hojas infantiles parecen pequeñas mariposas verdes que se hubieran posado de pronto sobre la oscura ramazón.

La higuera es vieja ya, muy vieja. Tiene quizá la misma edad que tendría mi padre si viviera. A su sombra él leía El Sol de la Tarde y yo jugaba a las canicas. Los que saben de higueras se asombran al ver a ésta. Mi amigo Sergio Recio, que de higueras sabía mucho, la llamaba “venerable anciana”, y decía que era mayor milagro que el de San Felipe de Jesús.

Yo amo a esta higuera, abuela o bisabuela de las que con sus retoños he plantado. Tiene la terquedad de la vida. Cada año dice en marzo: “Aquí estoy”. Y aquí está ahora, como siempre, llena de brotes y llena de recuerdos. En agosto nos dará sus higos, negros como la noche, como la noche dulce. Cada uno será un milagro. Si supiéramos ver veríamos que todo es un milagro. La milagrosa higuera me lo dice con sus brotes verdecidos. Yo escucho en silencio su lección y me alejo después sin hacer ruido, no sea que se asusten las pequeñas mariposas verdes y vuelen de este cielo a otro cielo.

¡Hasta mañana!...