La buena noticia es que habrá Viagra para las mujeres.

La mala noticia es que habrá Viagra para las mujeres.

Los fabricantes de la estimulante pastillita azul quedaron estupefactos por la premura con que millones de hombres maduros, en todo el mundo, acudieron a comprarla. Ni siquiera la necesidad de obtener una receta detenía a los ansiosos adquirentes.

–Déme un frasco de Viagra.

–¿Trae receta, señor?

–No. Pero traigo a la enfermita.

Otra:

–¿Tiene Viagra?

–Sólo hay una pastilla.

–¿Puede ponerla arriba del mostrador?

–Eso apenas con tres o cuatro.

Los fabricantes del Viagra investigan ahora la posibilidad de elaborar uno para las señoras. Con tal fin han iniciado un estudio de los misterios que rodean a la libido femenina, considerablemente más compleja que la masculina. Yo tengo para mí que todo en la mujer es más complicado que en el hombre, empezando por el peinado y acabando por el corazón.

La aparición del Viagra femenil me alegra, pues establece condiciones de igualdad entre el hombre y la mujer. Ella también afronta problemas en el ejercicio de su sexualidad, sobre todo con la llegada de la menopausia. Justo es que disponga de un auxiliar que inicialmente se concibió sólo para el hombre.

Un aspecto problemático, sin embargo, presenta la cuestión: con el advenimiento del Viagra femenino habrá señoras reanimadas que plantearán a sus esposos demandas que ellos encontrarán difíciles de cumplir. En fin, no habrá nada que el amor y la comprensión –más la imaginación– no puedan superar.

En los Estados Unidos es febril la carrera por conquistar el mercado de señoras ansiosas de revitalizarse para los entretenimientos corporales. Hoy por hoy, uno de los médicos más populares entre las norteamericanas maduras es el doctor Jed Kaminetsky, creador de una ampolleta en la cual se combinan sustancias vasodilatadoras tendientes a poner en estado de buen funcionamiento la zona genital de la mujer. Otros caminos hay aparte del de Kaminetsky. La FDA (Federal Drug Administration) acaba de autorizar la venta en las farmacias de un artilugio electrónico que localiza y estimula el llamado punto G. (Hay quienes dicen que ese famoso punto G, el de mayor excitación en la mujer, es el que está al final de la palabra “shopping”). También se vende un parche caliente, de color morado, grande y felpudo, que la dama se coloca en el bajo vientre para aumentar la sensación. Tiene un riesgo: al parecer la mera visión del mencionado parche hace caer el interés erótico del compañero.

La esperanza, se dice, es lo último que muere. En el caso del hombre un picaresco juego de palabras afirmaba que “La pasión dura hasta que dura dura”. Había un caballero saltillense, muy serio él, formal en sus apreciaciones. Se hablaba cierto día en su presencia del ejercicio sexual en el varón, y de los auxiliares disponibles para prolongar su duración: ostiones; hierba damiana; inyecciones de progesterona; aquella substancia misteriosa llamada ioimbina. Y sentenciaba aquel señor con terminante acento de magíster:

–Señores: no nos hagamos pendejos. Eso, cuando se acaba, se acaba.

El meollo del asunto está en saber cuándo se acaba, y si necesariamente se tiene que acabar. A los 91 años de su edad, el gran guitarrista Andrés Segovia tenía un hijo de 63 años y otro de 14. (Por si acaso yo acabo de empezar el estudio de la guitarra). Fueron legendarias las capacidades amatorias de Chaplin, Picasso, Casals... 

Doña Rosa, la mujer de don Abundio el del Potrero, señor que entonces tenía 80 años, se quejaba del “viejo pelado” y decía malhumorada: “Todavía anda con sus cosas”.

Bienvenido sea entonces el Viagra femenino: también las señoras maduras tienen derecho a ser libidinosas.