Mirador 15/04/17

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Mirador 15/04/17

Con la misma humildad y el mismo azoro de Elisabet ante el prodigio, yo digo sus palabras: “¿Por qué se me concede esto a mí?”.

En medio de la reunión familiar mi nieto pequeñito siente sueño y busca mi regazo para dormirse en él. Yo lo tomo en los brazos y lo estrecho; quizás así oirá lo que mi corazón le dice: “Duerme, mi niño, y sueña, en tanto que yo doy gracias a Dios por permitirme ser, aun por un ratito, el guardián de tu sueño, de tus sueños”.

Mis brazos han estado siempre llenos; llenos con el amor y la amistad. Ahora están más llenos todavía, con el tibio calor del pequeñito que en ellos duerme en paz. Por no turbar su sueño acompaso a la suya mi respiración, y tengo miedo hasta de parpadear, pues eso podría despertarlo.

Mientras el niño duerme junto a mi corazón yo pienso en lo que soy, en lo que he sido –yo pienso en lo que soy, enloquecido, si me perdonan ustedes el mal juego de palabras–, y repito con emoción y asombro las palabras de la oración Magnífica: “¿Por qué se me concede esto a mí?”.

¡Hasta mañana!...