Clásico de ambiciones cortas

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Clásico de ambiciones cortas

Tomándole distancia a la efervescencia del Clásico, detrás el 1-0 de Rayados se escarba muy poco. Ni siquiera el ganador tuvo argumentos futbolísticos suficientes como para legitimar el premio.

Menos aún se encuentran respuestas a la pálida expresión de Tigres. Un equipo que se atora y no asoma la cabeza en el área donde debe justificar sus propósitos, lo más probable es que todo le salga mal.

Además, un Clásico donde en las tres últimas ediciones su máximo goleador ha sido un zaguero central (César Montes) también quiere decir mucho.

Es increíble que dos de los ataques más cotizados del torneo no aparezcan en estos tipos de partidos. Otro Clásico donde el poder sólo ha quedado en la propaganda.

Algo así como si la neutralización para recortar el margen de maniobra del adversario supuso, otra vez, ser más importante que proponer.

Como si la necesidad de que el rival no juegue, también trajo implícito el no arriesgar. Cualquier partido de cuidados intensivos ofrece desarrollos vacíos.

Y este Clásico no tuvo contenido, fue utilitario, rabón en cuanto a virtudes. Ninguno de los dos equipos dio señales de moverse en dirección a su estilo. Rayados prefirió refugiarse, pero no encontró acomodo para soltar sus característicos latigazos. Terminó apostando a goles con zapatazos desde media cancha.

Poco pudo hacer Pabón con esa pegada poco calibrada que suele tener después de una lesión. Sufrió Funes Mori porque no tuvo sirvientes. El velocista Chará propuso más arrebatos que ideas claras.

Monterrey no tuvo un pie de apoyo. Lo suyo fue más combativo y reactivo. Juárez, como interior, estuvo más preocupado en Aquino que en la proyección. Faltó el enlace, la asociación, la verticalidad con sentido. Mohamed le puso un “excelente” a la actitud de su equipo.

Pero Rayados fue sólo eso: entrega y desgaste. Con eso le alcanzó para colapsar las intenciones de una versión destilada de Tigres.

Rayados también tuvo suerte atrás porque el ataque de Tigres no existió. Mostró un lío de referencias para la marca. Piris tomó casi todo el tiempo a Gignac, con todo y las desventajas físicas y de estatura. No se notó tanto porque el francés caminó más de lo que corrió.

Tigres fue extremadamente manso, pese a plagar de ofensivos el campo contrario en plena desesperación.

Ferretti sigue creyendo que poner más delanteros garantizará, algún día, más goles. Terminó con cinco –Gignac, Vargas, Damm, Zelarayán y Álvarez-, más la ocurrencia que patentó en este Clásico: Aquino de lateral izquierdo, luego de quitar a Juninho e improvisar con Torres Nilo de central.

Pero este no fue el único enjuague del DT. Incluir a Meza de contención fue una broma. El colombiano, más defensor que volante, no sólo no jugó él, sino que obligó a Dueñas a que lo cuidara.

Sin Pizarro, quedó claro que el movimiento era uno solo: Dueñas más clavado de “5” y Zelarayán más adelantado. Cuando ingresó el argentino, Tigres se conectó mejor. Ferretti desperdició casi 70 minutos una sociedad que le pudo dar mejores utilidades.

El Clásico sólo se quebró por el oportunismo en un balón parado y el triunfo tapa mucho. Como las mezquindades en cuanto a las ambiciones colectivas.