Mirador 31/05/17

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Mirador 31/05/17

San Virila era manso y humilde de corazón. No tenía otra riqueza más que su pobreza.

El rey Cleto, por el contrario, era soberbio y prepotente. Su pobreza mayor era su riqueza.

Cierto día el altanero monarca hizo que San Virila se presentara ante él y le ordenó:

–Haz un milagro.

–Señor –respondió el frailecito–, los milagros no los hago yo. Los hace, a través de mí, el único que puede hacerlos.

–No sé de sutilezas –se irritó el soberano–. Pero te ordeno que hagas un milagro.

El santo suspiró, resignado. Hizo un ligero movimiento con su mano y el rey quedó convertido en sapo.

Al ver eso los cortesanos se espantaron. San Virila, apenado, se justificó:

–Órdenes son órdenes.

¡Hasta mañana!...