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Yo sí marché
Uno de mis primeros y más felices recuerdos es el haber sido cargado en hombros por mi abuela, una matrona michoacana enorme, rubia de ojos azules, que siempre preservó su modo indígena para vestir y arreglarse.
Me dio una flauta de carrizo con la que empecé de inmediato a tocar un despiadado concierto y sobre aquella montaña humana (al menos yo me sentía mareado y en el techo del mundo) comenzamos a desfilar alegremente por una calzada capitalina en bulliciosa procesión.
La memoria no me alcanza para precisar si desfilamos por la Virgen o algún insigne mártir del santoral. Es posible sin embargo, aunque poco probable, que se tratara de alguna fiesta cívica. Me inclino a pensar que era alguna celebración relativa a su patrona, ya que su nombre era Guadalupe.
Jamás volví a desfilar, ni siquiera el 20 de Noviembre en la secundaria, cuando obligan a todos los estudiantes a celebrar con ejercicios de calistenia (¿?) las inútiles muertes de los próceres de nuestra centenaria guerra intestina.
Por una u otra razón, de marchar siempre me salvé, me perdí o sencillamente me excusé.
Sobre todo cuando se trata de marchar en contra de alguna de las linduras que Dios nos manda, como el sida o el cáncer de mama, me eximo por completo ya que… ni modo que deroguemos esos males por decreto.
En fin, reprócheme lo que usted guste. Seré blanco de todas las recriminaciones que guste hacerme por esta causa, aunque básicamente de lo único que puede acusárseme es de vaquetón, o de que escojo muy escrupulosamente las causas con las que simpatizo.
Por inconsistente que parezca, tampoco el pasado martes marché sino que más bien me sumé a la marcha. Muy a lo Madrazo (mea culpa), me incorporé en la última parte del trayecto. Me hubiera gustado hacer todo el recorrido, pero yo llego tarde hasta a mis propias “selfies”.
Sucede además que yo quería ver la marcha antes de volverme parte de ella, observarla, examinarla, no para juzgarla sino para atestiguarla y poder dar fe absoluta, en este espacio, de un fenómeno sin precedentes en mi tierra natal.
Me molestó que el panismo no pudiera dejar de lado su proselitismo, sus banderitas, sus líderes para quienes esta tierra jamás ha representado nada (porque en lo numérico, en una elección federal, no somos electoralmente significativos). Veo allí una incapacidad para comprender una movilización civil en la que, participando todos los colores, la mezcla resultante fuera sólo el interés común. No entendieron el concepto. Los compadezco. Me apena que una vez infectados con partidocracia sean incapaces de pensar fuera de los límites de la ideología.
Por fortuna, pude ver muchos rostros neutrales, apartidistas, genuinamente preocupados, pero no por unas siglas sino por el atropello al más elemental bien de la democracia, el sufragio.
Vi hombres y mujeres que quiero y que admiro, colegas, artistas, catedráticos, amas de casa, de muy variados intereses y estratos sociales. Gente por cuyos principios apostaría sin dudar, gente sana y sin más partido que Coahuila. Ellos lideraban la marcha. En realidad Margarita Zavala, Ricardo Anaya y compañía eran los arrimados y los que querían contagiarse un poco con el brillo de la marcha, nunca al revés.
Fue probablemente la congregación humana más nutrida que jamás haya visto en mi vida, pero se trató a no dudar de la mayor movilización registrada a la fecha en Saltillo, en todo Coahuila.
Un río de almas desde al Ateneo Fuente hasta la Plaza de la Independencia o Plaza de Armas. Nada mal si lo medimos con el contingente del partido oficial, alimentado autoritariamente desde la nómina de empleados estatales que, aun así, resultó en comparación minúsculo.
Sin embargo al día siguiente diversos medios insistían en desconocer la marcha saltillense o en minimizarla cuantitativamente. Eso no nos extraña del canal de televisión local, pero saber que incluso medios nacionales como EL UNIVERSAL hablaban de “decenas” de manifestantes, nos indica un esfuerzo desde las más altas esferas del poder por mantener en el anonimato el enorme descontento de los coahuilenses.
El otro gran triunfo de la marcha es haberse realizado de principio a fin en paz, con enardecimiento político pero sin incidentes que lamentar. Por la noche, las calles del recorrido hasta limpias lucían.
Habrá sin duda quien haya marchado en defensa de algún candidato o de un triunfo que aún no dictamina quien debería haberlo emitido ya. Pero los verdaderamente importantes fueron aquellos que marcharon por la defensa de algo más grande, sublime y perdurable que una candidatura, los que marcharon por la defensa de su sufragio, por la transparencia de éste y todos los comicios; los que marcharon como advertencia al IEC de que está siendo muy celosamente monitoreado por todos nosotros y los que marcharon por instituciones sanas con funcionarios honorables.
Por supuesto, mis favoritos fueron aquellos que, en forma libre y espontánea, se sumaron para expresar su repudio a este régimen deshonesto, opaco, nepotista, ratero y totalitario que los tiene sumidos en el más agobiante hartazgo al grito de “fuera los Moreira” y el partido oficial.
Si usted no acudió, se perdió de algo que no se ve todos los días, y menos en estas polvorientas comarcas desoladas por la corrupción y el crimen.
Estoy contento y orgulloso porque, aunque poquito, ¡yo sí marché!
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