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Inquieta a Londres la "epidemia" de ataques con ácido
En la jerga criminal de las bandas juveniles británicas se los llama "derretidores de caras". Ese es el espantoso nombre para referirse a los agresivos productos químicos con los que, sobre todo hombres jóvenes, atacan a sus víctimas en la capital británica.
La cifra de casos de heridos por sustancias corrosivas en Londres ha aumentado notablemente. Mientras que en 2015 se registraron 129 ataques, el año pasado se produjeron 224.
Todavía es pronto para saber si este año la cifra seguirá subiendo. De momento Scotland Yard ha registrado 66 ataques. Dos personas protagonizaron titulares en la prensa internacional al atacar a mediados de julio a cinco motoristas para robarles sus vehículos.
El ácido corroe en unos segundos piel, carne e incluso hueso. "Mi cara ardía como el fuego", cuenta un repartidor que sufrió un ataque de este tipo. El ácido atravesó el casco y le provocó heridas graves.
También causó indignación el caso de una joven que fue atacada con ácido el día que cumplía 21 años. Un hombre le lanzó ácido a través de la ventana abierta de su coche.
"Mis planes están destrozados, los dolores son inaguantables y espero con paciencia a recuperar mi cara", escribió la mujer en una carta abierta publicada en su web.
Las víctimas de ataques con ácido a menudo sufren las consecuencias el resto de su vida. "Están traumatizadas física y psicológicamente", explica Jaf Shah, de la organización Acid Survivors Trust, que apoya a supervivientes de estos ataques en todo el mundo.
En muchos de los casos, las víctimas tienen que someterse a varias operaciones. El número de pacientes que necesitan ser operados tras un ataque con ácido ha alcanzado "la dimensión de una epidemia" en Londres, afirmó Peter Dziewulski, de una clínica especializada en cirugía plástica, en declaraciones al portal "Evening Standard”.
Las víctimas sufren desfiguraciones, quedan en parte cegadas y a menudo viven totalmente aisladas.
Las autoridades y los expertos aún tratan de explicarse por qué se están produciendo estos ataques. Los miembros de las bandas juveniles rivales han pasado a utilizar el ácido después de que aumentara la confiscación de cuchillos y armas de fugo, según el criminólogo Simon Harding, de la Universidad de Middlesex de Londres.
"El ácido se utiliza como primera opción y no como último recurso, esto es totalmente nuevo", cuenta a dpa Harding.
En la mayoría de los casos, las víctimas y los atacantes son adolescentes integrantes de bandas criminales. Pero los recientes ataques a motoristas, un ataque a dos musulmanes y el uso de ácido en robos no concuerdan con este esquema.
"Si este tipo de criminalidad aumentara, sería espantoso", advierte Harding. Y lo más inquietante de todo es que cualquiera puede ser víctima de estos ataques.
Los productos químicos corrosivos son fáciles de conseguir, baratos y sobre todo legales.
"Un litro de ácido sulfúrico cuesta solo un par de libras", explica Shah. No se necesita ninguna licencia, no hay que identificarse y el pago con efectivo hace que la Policía lo tenga muy complicado para investigar a los compradores y posibles atacantes.
"Al que se le pilla con un cuchillo, se le denuncia, pero al que lleva consigo ácido, de momento, no le pasa nada", dice Shah. Él y otros expertos exigen al Gobierno que, entre otras cosas, introduzca una licencia para la compra de sustancias corrosivas y que se establezca una edad mínima para adquirirlas.
El Gobierno reconoce la urgencia del problema. En julio la ministra del Interior, Amber Rudd, anunció que se procederá con contundencia contra estos actos criminales.
Quien utilice el ácido como un arma, "sufrirá toda la dureza de la Justicia", advirtió Rudd tras un debate en el Parlamento. Los tribunales incluso podrían dictar cadena perpetua. El Gobierno planea clasificar el ácido como "arma peligrosa" y la introducción de controles en la compra de químicos corrosivos.
La Policía londinense también apuesta por una asistencia más rápida a las víctimas. Más de 1.000 patrullas llevarán consigo unas cajas de primeros auxilios especiales con ropa protectora y cinco litros de agua.