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Mirador 07/09/17
El mundo se habría evitado muchas calamidades si no hubiera habido otro Marx aparte de Groucho y sus hermanos.
De ese genial –y geniudo– comediante dijo Roger Ebert: “Tuvo el sentido de lo absurdo de Kafka, las estridencias de Stravinski, el surrealismo de Dalí y la capacidad verbal de Gertude Stein”.
Dueño y señor de sí mismo (y de los otros); salaz tenorio; eterno buscador de líos; malabarista de dimes y diretes, Groucho Marx hizo de lo racional la irracionalidad más grande y de la lógica el sinsentido mayor. Cada frase suya era un laberinto. En una de sus más célebres escenas le toma el pulso a un hombre al tiempo que mira su reloj, y dictamina luego: “O este hombre está muerto o mi reloj está parado”.
Cierto día un predicador le dijo: “Quiero agradecerle toda la alegría que ha puesto usted en el mundo”.
Respondió Groucho: “Es para compensar un poco la tristeza que ustedes han puesto en él”.
¡Hasta mañana!...