Mirador 09/09/2017

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Mirador 09/09/2017

Hay en el cementerio de Ábrego una tumba. Si supiéramos oír lo que las tumbas dicen escucharíamos esto:
“Fui hermano del agua. La sentí siempre como parte de mí mismo, igual que si la sangre de mis venas me corriera por afuera. Casi podía verla abajo de la tierra; cuando iba por el campo la sentía en mis pies.
Un día, siendo niño, corté unas varas de saúco y entre mis manos se doblaban ahí donde había agua. Luego ya ni las varas requerí: el agua me avisaba de su presencia en modos que ni yo mismo me podía explicar. Llegué a poder decir dónde había agua en un terreno remoto con sólo ver su plano dibujado toscamente.
“Dejé de buscar agua porque los hombres reñían por ella o la contaminaban o la hacían objeto de desperdicio. Pero cuando llegué al final de la vida marqué el sitio de mi tumba. Por debajo de ella corre un hilito de agua. En mi tranquilo sueño el agua canta para mí y me arrulla”.
Hay en el cementerio de Ábrego una tumba. A su alrededor la hierba es más verde y las flores tienen más color.

¡Hasta mañana!...